DE LUNES A LUNES
Según
los teóricos del libre mercado los precios se fijan por efecto de la oferta y
la demanda, una presionando sobre la otra y viceversa. Por lo tanto, pretender
regularlos es una blasfemia contra esa ideología. Sin embargo, los principios
necesariamente tienen que tener un canal por donde discurrir porque de lo
contrario se desbordan y pueden tirar por la borda toda la cosecha.
En
contrataciones con el Estado, por ejemplo, se pregona ahora que no debe haber
precios, presupuestos ni valores referenciales, como quiera llamárselos. Menos
aún rangos dentro de los que se puedan admitir propuestas porque eso restringe
la libertad de los postores que deben procurar hacer los mayores esfuerzos para
ofrecer costos cada vez más competitivos y por eso mismo cada vez más bajos.
Se
trata, en la mayoría de los casos, de un tremendo error cuyas lamentables
consecuencias terminan pagando y a muy alto costo las mismas entidades públicas
que se iban a beneficiar con los supuestos ahorros.
Naturalmente
quien está en condiciones de ofrecer un precio más bajo es aquel que incurre en
menos gastos para brindar el mismo servicio, para producir el mismo bien o para
ejecutar la misma obra. Si incurre en menos gastos obviamente es porque utiliza
personal menos calificado, emplea una infraestructura más antigua o menos
versátil que la de otro, tiene equipos que no son de última tecnología, reduce
pruebas, ensayos e inspecciones, disminuye exigencias y de una u otra manera
minimiza la calidad de lo que hace. No hay otra forma de obtener un presupuesto
más competitivo o más barato.
El
país ya sabe lo que cuesta preferir al postor que así se conduce. No va a
insistir en adjudicar los procesos de selección a aquel que cobre menos. Sin embargo,
si no pone esos límites por donde deben encausarse las ofertas corre el riesgo
de volver a lo mismo o peor aún. A recibir tal cantidad de propuestas
abiertamente inviables que tenga que encontrarse en la obligación de otorgarle
la buena pro a una de ellas a sabiendas de que no va a terminar la prestación,
la va a abandonar en medio camino o va a acabar entregándose a algún otro
proveedor o contratista para que contribuya con él a solventar esos gastos que
no le factura al cliente.
Si
no hay rangos y precios referenciales los postores ofrecen lo que quieran. El
más desesperado ofrece ese monto que sabe de sobra que no le va a alcanzar.
Pero no le importa. Verá cómo se arregla. Si no cumple, los teóricos del libre
mercado dirán que el Estado les aplicará sanciones y penalidades, les resolverá
el contrato de ser necesario, les ejecutará sus fianzas de ser el caso y por
último los enviará al Tribunal de Contrataciones para que sean inhabilitados temporal
o definitivamente. Olvidan estos adalides de la teoría que eso no es lo que se
quiere. Lo que se quiere es ejecutar la obra, prestar el servicio y adquirir el
bien, todo ello dentro del plazo previsto sin perder tiempo en perseguir a
quienes incumplen sus obligaciones para penalizarlos, sancionarlos y por último
hasta para hacerlos quebrar. Para eso no está el Estado.
Si
se liberan los límites aparecerán las ofertas ruinosas –esas que en condiciones
normales no tienen ninguna posibilidad de tener éxito– y desaparecerán las
ofertas serias que no querrán competir con aquellas otras que por el precio vil
en que se presentan tendrán siempre las mayores posibilidades de ganar, de
suerte tal que los principales proveedores mudarán sus intereses, como ya lo
han hecho en el pasado, hacia el sector privado, siempre pujante, que aprecia y
valora mejor sus esfuerzos y que contrata no al más barato sino al que más
seguridades le ofrece.
Siempre
hay un roto para un descosido. Siempre habrá no una sino muchas propuestas que
quieran hacerse de una adjudicación a precios abiertamente por debajo de sus
valores reales. Esas ofertas ni siquiera deben ser presentadas para no hacerle
perder tiempo y dinero a las entidades. La única manera de evitarlas es
poniendo topes, como existen hasta ahora, para que las propuestas se canalicen
dentro de rangos razonables, perfectamente viables. Ojalá no sean eliminados
porque son los guardianes de la seriedad con que deben conducirse estos
procesos.
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