DE
LUNES A LUNES
Ricardo
Gandolfo Cortés
Las compras y fusiones de empresas en el Perú
moverán entre 5 y 7 mil millones de dólares en el 2015, un monto más cercano al
promedio de los últimos años aunque muy por debajo de los 13 mil millones que
se movieron en el 2014, cifra inusual alcanzada por la venta del proyecto
cuprífero de Las Bambas de casi 6 mil millones que alteró el mercado. Así lo ha
informado esta semana Omar Mariluz Laguna en un reportaje publicado en el
diario Gestión el martes 3.
Esta evidencia invita a reflexionar sobre el
valor de las empresas que se mueven en el mundo de las contrataciones públicas:
proveedores de bienes y servicios, consultores, contratistas ejecutores y demás
actores.
Una característica frecuente en los procesos de
selección –o “procedimientos” como se dirá en adelante–, que se convocan con el
objeto de contratarlos es la necesidad de evaluar la experiencia con que
cuentan en los distintos escenarios en los que se desenvuelven.
Tanto es así que los artículos 44 al 47 del
Reglamento de la Ley de Contrataciones del Estado, aprobado mediante Decreto
Supremo 184-2008-EF, inciden de manera directa, al ocuparse de los factores de
evaluación para la contratación de bienes, de servicios, de servicios de
consultoría y de obras, en la obligación de considerar este rubro fundamental,
que diferencia en la mayoría de los casos lo que es experiencia en la actividad
de lo que es experiencia en la especialidad y que comprende un período bastante
amplio, anterior a la fecha de presentación de propuestas, que llega hasta los
15 años, en las normas actualmente vigentes, pero que ha sabido llegar hasta
los 25 en dispositivos anteriores e incluso no tener límites en las
regulaciones originales, en el entendido –por lo demás, lógico– de que el
currículum de un profesional o de un contratista no se puede tasajear y cortar
en pedazos para quedarse con una parte, por más que sea la más reciente.
El currículum se construye paso a paso,
piedra sobre piedra. Y aun cuando lo que se hizo en un principio pueda parecer
superado por las modernas tecnologías lo cierto es que vale tanto como lo que
se ha hecho en los últimos años porque lo que se evalúa no es el contenido
mismo de cada trabajo sino su resultado, la responsabilidad con la que se
encaró el compromiso. Si el postor cumplió y cómo lo hizo.
Por eso desde estas líneas se ha defendido
que la experiencia del postor se califique sin establecer ninguna clase de
límites en lo que respecta al tiempo.
La experiencia en la actividad demuestra la
permanencia del contratista en determinado medio, su constancia, su
perseverancia, su éxito, sus capacidades para seguir en la brega, sus espaldas
financieras.
La experiencia en la especialidad, por su
parte, demuestra el conocimiento que puede tener el mismo contratista en una
disciplina específica de su propio giro, que es materia de la convocatoria o es
la que debe dominarse para poder ser seleccionado.
Los certificados que se emplean para
acreditar una experiencia no deberían ser utilizados para acreditar la otra. Es
verdad que en la actualidad se permite esa dualidad pero no es correcto porque
en esa hipótesis no tendría sentido hacer la distinción entre una y otra,
habida cuenta de que exactamente los mismos trabajos que se pueden presentar
para demostrar la experiencia en la actividad se pueden presentar para
acreditar la experiencia en la especialidad.
En cualquier caso queda claro que la
experiencia constituye un valor importante que incrementa o disminuye el precio
de una empresa para los efectos, por ejemplo, de su venta o de su fusión, en
materia de compras públicas. Es decir, valen tanto los activos tangibles como
aquellos que no lo son. La marca, la identidad, los sistemas de comunicación
que ha desarrollado, la imagen, el reconocimiento, la reputación así como el
conocimiento comercial, las licencias, concesiones y derechos y la cartera de
clientes. Todos ellos son activos intangibles como la experiencia que le abre
las puertas a nuevos contratos y que por ello mismo vale más que todos ellos
juntos.
De allí la importancia que las normas no
degraden la incidencia de este factor. Un postor con sólida experiencia en la
actividad ofrece seguridad y confianza a quien va a contratar con él. Si a ello
agrega una amplia experiencia en la especialidad, propia o a través de un
consorciado, pues le adiciona el dominio específico de la disciplina que se
requiere.
Proponer que se eliminen los límites en esta
materia parece lo más acertado. O cuando menos, que se vuelva a permitir
presentar certificados de los últimos 25 años que son, dicho sea de paso, los
que mejor representan el período de vida útil de cualquier profesional a título
individual. Para que las personas naturales no pierdan valor y para que las
personas jurídicas puedan ser vendidas o fusionadas, dentro de un mercado en
permanente ebullición, a valores reales y no ficticios. En suma, para proteger
valores.
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