El próximo domingo nuevamente el Perú enfrenta a su destino histórico.
Nuevamente un país polarizado, enfrentado y enconado, dividido e
innecesariamente agrietado se dispone a elegir a quien dirigirá a la nación en
circunstancias en que la composición del nuevo Congreso de la República ya está
definida y en la que ninguna agrupación tiene mayoría propia. Cualquiera que
llegue tendrá necesariamente que construir un bloque parlamentario que le
permita gobernar sin sobresaltos y ahuyentar el fantasma de la vacancia y el
carpetazo, la otra forma de triste recordación de expresar el predominio
abrumador de unos sobre otros.
El nuevo gobierno tendrá el reto prioritario de vacunar a todos los
peruanos en edad de recibir la dosis que no haga necesario oxígeno,
ventiladores, internamientos y hospitales para el improbable caso de que sean
contagiados por la pandemia que azota al mundo.
Quien no llegue deberá constituirse en la fiel oposición que toda
democracia requiere para contrapesar la fuerza del poder y convertirse en el
gran aliado que esa cruzada requiere, enterrando para siempre esas peleas y
discusiones absurdas que han inundado las redes y los medios al punto que
pareciese que la única forma de entenderse es pensando absolutamente lo mismo,
aspiración vana e imposible mientras subsista la capacidad de discernir y
discrepar. Que la intolerancia y los insultos se enreden y se queden allí y no
afloren.
La hora actual reclama un país unido sobre objetivos concretos en el
bicentenario de su independencia nacional: superar la crisis sanitaria, retomar
el crecimiento y acabar con la pobreza. (RG)
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