DE LUNES A LUNES
En el caso de las obras públicas las prestaciones adicionales
o sobrecostos se generan por las modificaciones que experimenta el terreno
sobre el que se deben construir, por efecto de los cambios climáticos, del
curso de los ríos, de la morfología de la zona, de la actualización de los
estudios por acción de las variaciones del entorno y de la geografía en
general. Entre el momento en que se diseña una obra y el momento en que se construye, como lo ha aclarado
reiteradamente el Colegio de Ingenieros del Perú, diversos factores de distinta
naturaleza obligan a hacer adecuaciones con el objeto de ajustar el proyecto a
las exigencias de la realidad.
Los presupuestos adicionales, en ese contexto,
en modo alguno acarrean responsabilidad en quienes hayan formulado o aprobado
el expediente técnico salvo que se acredite una actuación negligente y un
perjuicio económico para el Estado, tal como lo admite la Ley en los casos en
que se descubren deficiencias u omisiones en el proyecto y en aquellos que se
originan por situaciones imprevisibles posteriores a la suscripción del
respectivo contrato.
Los presupuestos de obra, como su nombre lo
indica, son un conjunto de supuestos previos que van ajustándose a lo largo de
la construcción en función de una serie de variables con tendencia a cambiar
más en carreteras, irrigaciones y túneles en los que la mayor parte del trabajo
se hace sobre la base de cálculos por aproximación y a cambiar menos en desarrollo
urbano, edificaciones, centrales hidroeléctricas y allí donde es posible
levantar una infraestructura completa sin mayores sorpresas porque el trabajo
se hace sobre la base de estudios que llegan al nivel de detalle más fino, de
suerte tal que construir es como armar un rompecabezas por estar registrada
hasta la pieza más pequeña que integra el engranaje.
Un estudio en los Estados Unidos de
Norteamérica encontró que nueve de cada diez proyectos tienen adicionales o
sobrecostos –denominación con la que se conocen universalmente– que fácilmente
doblan el presupuesto original. Para el Banco Mundial hay promedios habituales
de sobrecostos en razón del tipo de proyecto. Por ejemplo, para trenes y metros
es del orden del 44.7 por ciento, para puentes y túneles es del orden del 33.8
por ciento, para carreteras del orden del 20.4 por ciento, considerando
estudios de alto nivel de especialización en naciones del primer mundo.
Ejemplos clásicos de la ingeniería son el
Teatro de la Ópera de Sidney que costó 14.5 veces su presupuesto; el
rascacielos Burj Khalifa de Dubái, en los Emiratos Árabes, que elevó 5 veces el
valor inicial; el aeropuerto internacional de Hong Kong que incrementó el monto
previsto al empezar la construcción en 8.2 veces; la presa Tres Gargantas en
China que terminó costando 4.3 veces el monto de partida; el túnel ferroviario
San Gotardo en Suiza, 1.4 veces; el Gran Cañón de Boston en los Estados Unidos,
5.2 veces; el Eurotúnel, en la Gran Bretaña y Francia, 3.8 veces; y el Plan
Delta en Holanda, 5.5 veces.
Con tales antecedentes en la ingeniería mundial cuando me
dicen que el presupuesto de una obra se incrementó significativamente como si
eso fuese la prueba más contundente de que hubo corrupción y malversación de
fondos, escucho con cierto escepticismo. No niego que eso pueda ser un indicio
y que haya desde luego malos contratistas que, coludidos con otros pésimos
funcionarios públicos, inventen mayores costos allí donde éstos no son
necesarios. Admito, empero, que se necesita comprometer a muchos actores en un
acto ilícito como ese para que tenga éxito sin ser descubierto y eso no es
fácil.
La prueba ácida, sin embargo, siempre es un peritaje técnico que revele cuánto dinero está invertido en la infraestructura de que se trate, recurso que se ha omitido inexplicablemente en la mayoría de los casos, incluidas las investigaciones realizadas por algunas comisiones del Congreso de la República y por otras reparticiones de la administración pública y del Poder Judicial.
La prueba ácida, sin embargo, siempre es un peritaje técnico que revele cuánto dinero está invertido en la infraestructura de que se trate, recurso que se ha omitido inexplicablemente en la mayoría de los casos, incluidas las investigaciones realizadas por algunas comisiones del Congreso de la República y por otras reparticiones de la administración pública y del Poder Judicial.
La tasación puede arrojar un monto notoriamente
superior al del presupuesto. Ese puede ser un primer problema. Sin embargo, si
ese monto está en obra es mejor que si no está. Me explico. El peritaje puede
concluir en un monto mayor al considerado en el presupuesto pero menor al realmente
gastado. Eso es peor porque obliga a determinar las razones de la diferencia.
Es posible que se haya invertido más en trabajos que no se advierten a simple
vista pero que debían hacerse inevitablemente o que debieron demolerse por ser
provisionales, por deficiencias o por ser innecesarios y eso tampoco se ve en
una revisión posterior.
También es probable que se hayan inventado
obras adicionales que en realidad no se hicieron y que alguien se haya llevado
el dinero que la inspección no detecta en la construcción. Esa es una primera
hipótesis que exige una aclaración, una investigación y eventualmente una
denuncia. Puede aclararse, desde luego, por ejemplo si se debió agregar uno o
varios elementos que el expediente técnico no había considerado pero que eran
indispensables para lograr el objeto del contrato. Puede investigarse el origen
y el destino de esos fondos. Y naturalmente si se comprueba algún delito, debe
denunciarse y sancionarse ejemplarmente al responsable.
La inspección también puede determinar que lo
que esté puesto en la obra es lo efectivamente invertido, independientemente de
si defiere o no del presupuesto de partida. Si es un monto mayor al previsto
originalmente pues hay que verificar si los incrementos son razonables y se
pueden sustentar. Evidentemente aquí entra un margen de discrecionalidad que
juega a favor del ingeniero que diseña el proyecto o que supervisa la ejecución
de las obras, que toma decisiones en función de su criterio pero que tampoco
puede incorporar medidas totalmente desproporcionadas para enfrentar o superar
los inconvenientes que se le presentan. Obviamente quien tiene que definir si
sus recomendaciones son procedentes es otro profesional de su misma
especialidad y de iguales o superiores calificaciones. No cualquiera.
EL EDITOR
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