domingo, 14 de junio de 2015

Hay que combatir el delito y no las formas en las que se expresa

DE LUNES A LUNES

El arbitraje en el Perú todavía no termina de recuperarse de la embestida ocasionada por el proyecto de ley del congresista Héctor Becerril, cuando aparece uno nuevo, esta vez del congresista Gustavo Rondón con el que se quiere incorporar a la Contraloría General de la República como veedor obligatorio en todos estos procesos. Dígase, de paso, que el señor Rondón es el mismo congresista que el año pasado presentó otro proyecto –hasta ahora sin éxito–, con los mismos motivos que lo animan ahora, con el objeto de convertir a los árbitros en funcionarios públicos.
El proyecto del señor Becerril pretende extender la duración de los arbitrajes innecesariamente con una segunda instancia obligatoria –que la parte que pierde obviamente no dejará de utilizar– y que lo único que logrará es encarecer las reclamaciones. Es obligatoria en tanto está allí para quien la quiera emplear a diferencia de lo que ocurría con la antigua Ley General de Arbitraje en la que sólo existía si es que estaba expresamente pactada por las partes.
No tengo la menor duda de que a estos padres de la patria, al igual que a la congresista Rosa Mavila –que hace tres años quiso incorporar a los árbitros dentro de la figura penal del prevaricato–, les preocupa que diversos actos ilícitos se consumen en nuestro país a través de determinados arbitrajes especialmente fabricados en su mayor parte para esos propósitos.
La solución no está, sin embargo, como podría creerse, en ponerle grilletes a esta forma mágica, rápida y eficaz de resolver conflictos. Si caemos en esa tentación habremos perpetrado el peor de los crímenes: el de eliminar al cartero creyendo que así desaparecerán los correos fatales. Falso. Se buscarán otro mensajero. El delito siempre encuentra formas para expresarse. No hay que combatir las formas. Hay que combatir al delito y con todo el peso de la ley.
Si, como admite el congresista Becerril, se ha llegado al extremo de crear una red delincuencial para apropiarse ilícitamente por medio del arbitraje de diversas propiedades inmuebles, ¿qué le hace pensar que creando una segunda instancia se va a evitar ese objetivo? Si los facinerosos crean procesos fantasmas de una instancia ¿qué le hace pensar que no podrían crearlos de dos o tres instancias? Se la hacemos un poco más complicada, es cierto. Pero ¿a qué costo? Al costo de dilatar y encarecer las reclamaciones y poner en jaque el desarrollo nacional.
Lo que los delincuentes hacen a través del arbitraje lo pueden hacer, sin ninguna duda, también en la vía judicial. ¿Y qué haremos entonces? ¿Crear más instancias? ¿Involucrar a la Contraloría en el Poder Judicial, como propone ahora el congresista Rondón?
¿No es más fácil preocuparse de que antes que se inscriba cualquier título en el registro de inmuebles se compruebe su autenticidad? No pongamos contra las cuerdas un mecanismo de solución de controversias que ha probado fehacientemente su gran utilidad sólo porque una gavilla de delincuentes se valen de él, como se podrían valer de cualquier otro medio, para consumar sus fechorías.
EL EDITOR

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