DE LUNES A LUNES
Los
decanos del Consejo Nacional y del Consejo Departamental de Lima del Colegio de
Ingenieros del Perú, María del Carmen Ponce Mejía y Roque Benavides Ganoza, han
suscrito un pronunciamiento conjunto que se ha difundido la semana pasada en
defensa de la ingeniería nacional, contra la corrupción y por la reactivación
de cerca de 2 mil 500 obras públicas paralizadas en todo el país. En el
documento respaldan a los ingenieros por las medidas que adoptan desde el
sector público y, sin decirlo formalmente, exhortan a las autoridades a no
involucrarlos en procesos sancionadores y judiciales que injustamente arruinan
sus vidas y perjudican la ejecución de los proyectos.
Los
funcionarios rehúyen tomar decisiones con la seguridad de que cualquiera que
sea el sentido de ellas siempre habrá quien encuentre alguna irregularidad para
ser investigada como si de lo que se tratase fuera de ubicarlas y de detectar
todo resquicio por donde pueda haberse filtrado alguna. Si no deciden nada
también pueden ser denunciados, es cierto, pero menos difícil les es librarse
por no hacer algo que supuestamente debieron hacer que librarse por hacer algo
que supuestamente no debieron hacer. Esa simple deducción los lleva
comprensiblemente a abstenerse de tomar alguna decisión que muy probablemente
puede complicarles el resto de sus días.
Al
mismo tiempo el documento expresa la necesidad de respetar las recomendaciones
de los ingenieros que desde el sector privado coadyuvan al progreso del país
poniendo los conocimientos que han adquirido a su servicio. En esa línea
rechazan la persecución a la que los someten por las opiniones que emiten en el
libre ejercicio de sus labores.
No
es posible que profesionales de reducida experiencia sean conminados a juzgar
las decisiones que adoptan colegas de larga y reconocida trayectoria y encima a
corregirlas y suponer que tomar algunas de ellas puede haber ocasionado algún
perjuicio que debe cuantificarse para responsabilizarlos y pretender imputarles
esos supuestos costos en los que no se debió incurrir.
Los
gremios también exigen reducir la tendencia a contratar obras con estudios muy
preliminares a nivel de factibilidad, anteproyecto o ingeniería básica a fin de
minimizar en lo posible los riesgos de mayores costos y de mayores variaciones
a las que pueden estar expuestas. Es una costumbre que se ha generalizado desde
hace algún tiempo con el objeto de apresurar las construcciones sin advertir el
grave peligro al que se expone a los usuarios y al público en general por no
disponer de estudios definitivos elaborados a conciencia y evaluando todas las
variables posibles.
Pese
a ello se ha logrado determinar, en contra de lo que se podría creer, que la gran
mayoría de las obras no tienen adicionales y que en la mayoría de las que
tienen adicionales, éstos son mínimos y no sobrepasan el quince por ciento del
monto del contrato que es el límite hasta donde pueden aprobar las propias
autoridades sin requerir del pronunciamiento de la Contraloría General de la
República. Este límite puede activar un efecto disuasivo pero lo cierto es que
cumple ese rol. Lo que cabe destacar de esta comprobación es el alto grado de precisión
que están logrando los proyectistas en el Perú a despecho de los ínfimos
presupuestos con los que enfrentan sus obligaciones y de la competencia no
siempre leal de algunos aventureros que se arriesgan a ofertar precios
notoriamente insuficientes para el cumplimiento de todas las labores
encomendadas.
El
Colegio de Ingenieros propone asimismo limitar al máximo la suspensión de la
ejecución de los trabajos durante el trámite de algún arbitraje o de cualquier
otro medio de solución de controversias, como puede ser una conciliación, una
junta de resolución de disputas o una mediación, entre otros. Plantean que sólo
se detenga lo que sea estrictamente indispensable o aquello cuya continuidad
dependa de lo que allí se resuelva a efectos de proseguir con la ejecución de
lo que no está en conflicto.
Hasta
hace poco era habitual que se paralicen las obras en cuanto empezaba alguna
reclamación y eso perjudica el desarrollo del país y no debe permitirse en
ninguna circunstancia, salvo, claro está, cuando lo que esté en discusión es el
curso que debe seguir una carretera que se encuentra en plena construcción, por
ejemplo. En una eventualidad así puede suspenderse la ejecución de la pista
pero puede continuarse con otros trabajos que no estuvieren en disputa y que no
afectan aquello que está en litigio.
El
Colegio de Ingenieros del Perú reitera que no rehuirá su compromiso de
contribuir con el desarrollo nacional y que prestará su servicio en todas
aquellas actividades para las que sea requerido en concordancia con lo
expuesto. Un servicio invalorable que puede prestar, a propósito de lo dicho, y
que sin duda presta es en materia de peritajes. Los peritajes son los exámenes
que hacen los expertos sobre determinados asuntos con distintos objetivos.
Puede ser para confirmar la aseveración de un testigo, para verificar la
calidad de una obra, para ratificar los resultados de un estudio, para
autenticar la información que se le solicita revisar, para determinar los
costos de una prestación, para detectar los excesos en los que se habría podido
incurrir, para validar la seriedad de los presupuestos de un trabajo, entre
otros.
Extraña
sobremanera que en el país no exista una práctica pericial consistente al punto
que las comisiones investigadoras del Congreso de la República, las auditorías
de la Contraloría General de la República, las investigaciones de los fiscales
y en ocasiones hasta los procesos judiciales de toda índole carecen de esta
prueba fundamental para sustentar acusaciones, hallazgos y responsabilidades diversas.
Las pericias deben ser elaboradas por especialistas en las disciplinas que sean
requeridas y naturalmente estos profesionales deben tener una experiencia
notoriamente mayor de aquella que exhibe quien es examinado o quien es autor
del producto que es sujeto de análisis.
Una
omisión muy grave detectada de manera muy generalizada es ésta que se expresa
en las dos vertientes señaladas. De un lado, no se hacen pericias. De otro
lado, las que se hacen o los informes que las sustituyen, las elaboran profesionales
sin la especialidad requerida. Con frecuencia se aduce que no hay en el país
expertos en todas las disciplinas que se necesitan para llevar adelante un
examen acucioso y serio. Pues bien, en esa eventualidad hay que buscar a los
profesionales que puedan hacerlo correctamente en el extranjero. Preferible es
invertir en un buen servicio que hacer uno que no sirva para nada o que
conduzca a conclusiones apresuradas o totalmente equivocadas que pueden,
incluso, llevar a los involucrados a situaciones comprometidas que arruinan sus
vidas.
Se
ha llegado al extremo de denunciar grandes desbalances entre el monto invertido
en una obra y el monto previsto para su ejecución en estudios de pre inversión
que no están terminados y que sirven de sustento para iniciar procesos que
acarrean responsabilidades diversas en funcionarios y en profesionales que se
desenvuelven tanto en el ámbito público como en el privado, sin hacer ni
presentar ninguna pericia ni ningún examen validado por reconocidos especialistas
de las disciplinas involucradas.
La
otra opción, menos onerosa y más efectiva, es recurrir a los supervisores de
obra y confiar en su buen criterio. No en vano se les exige una trayectoria
amplia y una experiencia sostenida en la materia que es objeto de la convocatoria.
Si esos supervisores pueden verificar la correcta ejecución de los trabajos,
sin ninguna duda están en condiciones de detectar aquello que no se ajusta a
los planos, presupuestos, precios y demás documentos propios de la prestación
que controlan. Es parte de su quehacer.
Ello,
no obstante, en lugar de confiar en los supervisores con el paso del tiempo se
tiende a dudar de sus calificaciones y se llega al extremo de contratar a otros
profesionales para que inspeccionen el trabajo de éstos, duplicando actividades
y encareciendo los proyectos de manera absurda. Es probable que se hayan
encontrado algunos supervisores que no honren su trabajo. Eso, sin embargo, no
justifica ninguna generalización ni ninguna pretensión para obviarlos en la
gran tarea de la reactivación de la economía nacional que a todos alcanza.
Así
como la existencia de jueces prevaricadores, policías corruptos, funcionarios
incompetentes y autoridades deshonestas elegidas por votación popular no
justifica que se clausure el Poder Judicial, que se elimine a la Policía
Nacional, que se cierren entidades y se proscriban los comicios, de la misma
manera la presencia de algunos supervisores a quienes se adjudican determinados
procesos de selección en forma temeraria no justifica la erradicación de esta
actividad o su estatización que es lo que de alguna forma se quiere hacer
subordinándola a alguna suerte de control a través de alguna institución
oficial.
Los
supervisores serios y honestos son una inmensa mayoría pero su labor no
trasciende porque no es noticia. Los medios de comunicación masiva están
concentrados en los escándalos y en la comisión de actos ilícitos, que son los
menos pero que trascienden más. Llamar la atención sobre ese perverso enfoque
es el imperativo de la hora actual.
Ricardo Gandolfo Cortés
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