Al cierre de esta edición tomamos conocimiento de
nuevas declaraciones en contra del arbitraje formuladas sin advertir que al
Perú le va muy bien tanto en sus arbitrajes internacionales como en aquellos
domésticos al punto que tiene un impresionante record de eficiencia. En
arbitrajes comerciales el país gana nueve de cada diez casos y en arbitrajes de
contratación pública los tribunales arbitrales les ordenan pagar a las
entidades el 47 por ciento del monto que les reclaman sus proveedores. La
estadística todavía no recoge el monto de lo que realmente paga. Cuando esa
cifra se sepa el porcentaje bajará todavía más.
No me cansaré de sostener que cuando alguien reclama
es porque algún derecho se le niega y debería ser lógico que cualquier juez le
de la razón, tal como sucede en cualquier parte del mundo y en cualquier
ámbito. Es normal que gane un juicio el demandante. Lo extraño es que gane el
demandado. La madre que le exige una pensión alimenticia al marido para el hijo
que ha abandonado, debe ganar. El propietario que le exige al inquilino el pago
del arriendo que no honra, debe ganar. El contratista que exige los pagos
efectuados para construir un puente que la entidad no quiere reconocer, debe
ganar.
Es muy difícil crear artificialmente un derecho que no
se tiene para reclamarlo en un arbitraje, confabularse con los funcionarios
públicos y con los árbitros y peritos para lograr un laudo que lo reconozca
para que acto seguido otros servidores paguen diligentemente lo que no
corresponde. Hay que involucrar a mucha gente en un delito de esas
proporciones. Puede hacerse, desde luego. Pero es más difícil que perpetrar
otros ilícitos en otras áreas de la administración pública. Es más fácil
esquilmar al Estado en otros escenarios. En el arbitraje es más complicado. Si
se hace, debe perseguirse el delito y hacer que caiga todo el peso de la ley
sobre los implicados. Pero la constatación de que ello es posible no invalida
un fuero como el arbitral que la Constitución reconoce por todo lo alto, así
como la constatación de que en otras instituciones tutelares de la República
haya corrupción no nos faculta a pedir su desaparición.
Al Estado le va mucho mejor de lo que se cree en los
arbitrajes. Sus procuradores y abogados se defienden con mucha habilidad y
destreza considerando que en el 95 por ciento de los casos son demandados y
solo en el 5 por ciento son demandantes y considerando además que el 75 por
ciento de los casos son solicitudes sobre derechos inobjetables que los
servidores se resisten a admitir por temor a los procedimientos de
determinación de responsabilidades que sus órganos internos invariablemente les
entablarán y que pasarán a juicio, ya no por centenas sino por miles tal como
lo ha anunciado el Contralor General de la República. En esos líos gastarán
gran parte de sus ahorros y de las escuálidas pensiones que recibirán durante
su jubilación, período en el que deberían descansar y dedicarse a su familia y
que, sin embargo, tendrán que destinar a seguir defendiéndose para que al final
se los declare inocentes de toda culpa y ni siquiera se les indemnice por todo
ese tiempo perdido que ya no lo recuperarán nunca.
Hay que empezar por darle confianza a las autoridades
para que tengan la seguridad de que sus decisiones profesionales se van a
respetar, salvo en casos de incurrir en un manifiesto ilícito y que el país no
se va a detener. Y hay que darle confianza a los árbitros para que tengan la
seguridad de que sus decisiones profesionales también se van a respetar en
beneficio de la continuidad de los contratos, tal como ha ocurrido hasta la
fecha en que gracias a la resolución rápida y eficaz de controversias que el
arbitraje garantiza, a pesar de los reiterados obstáculos que se le crean
periódicamente, se han solucionado miles de conflictos y se ha evitado que el
Perú se paralice.
En términos generales, un arbitraje largo puede durar meses, mientras que un juicio largo puede durar años. Esa es la diferencia. (RG)
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