domingo, 17 de enero de 2021

Las adendas son indispensables

DE LUNES A LUNES

 El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define a la “adenda” como “apéndice, sobre todo de un libro.” No es una conceptualización generosa. Del “apéndice” dice que es una “cosa adjunta o añadida a otra, de la cual es como parte accesoria o dependiente”, “satélite, alguacil o persona que sigue o acompaña de continuo a otra”, “parte del cuerpo animal unida o contigua a otra principal” y “conjunto de escamas, a manera de pedazos de hojas, que tienen en su base algunos pecíolos.” “Pecíolo”, a su turno, es el “pezón que sostiene la hoja.” Son mejores referencias, sin duda, que permiten una aproximación más certera hacia un término tan satanizado en los últimos tiempos.

La adenda de un contrato es la cláusula que se agrega al principal como si siempre hubiese formado parte del conjunto, como el pezón que sostiene la hoja, de forma tal que acompañe al documento desde que a él se integra y hasta que concluya su respectiva ejecución. Por eso también recibe el nombre de “cláusula adicional”.

¿Para qué se necesitan las adendas? Para solucionar diversos problemas que se suscitan con posterioridad a la firma de un contrato. El ejemplo más simple es el de la construcción de una carretera contratada por el ministerio de Transportes y Comunicaciones. En pleno trabajo sobreviene un terremoto que destroza la vía y genera un huayco de grandes proporciones que hace añicos toda la obra. El contratista tiene que rehacer la vía pero obviamente eso no estaba previsto en las especificaciones técnicas del proceso que se le adjudicó. Naturalmente los términos de referencia procuran considerar algunos riesgos que pueden ocurrir pero en modo alguno pueden comprender fenómenos que pueden afectar indistintamente muchos tramos de la carretera y que no siempre suceden.

Volver a construir lo que se pierde por una circunstancia totalmente inesperada tiene un costo que no está en ningún presupuesto. ¿Quién lo asume? Obviamente el propietario de la obra. Como hemos señalado hasta la saciedad, la construcción se encarece para su dueño, para quien la va a recibir no para quien la va a entregar. Lo mismo ocurre cuando se eleva el precio de los materiales. El propietario no le puede cargar al contratista con los incrementos. Tiene que pagarlos. En la eventualidad de que quisiera endosárselos al constructor, éste lo abandona de inmediato por la sencilla razón de que no está en condiciones de hacerlo. Su utilidad por lo general es del orden del 10 por ciento de la inversión. Si ésta crece apenas en un porcentaje idéntico y se pretende que él la pague, pues simplemente habrá perdido su ganancia, con lo cual deja de tener sentido su trabajo. Ya se sabe: nadie compra pan para vender pan. Es imposible. La sola premisa atenta contra la regla más elemental del mercado.

Si no se suscribe la adenda no se puede continuar la obra. Si el ministerio no se obliga a habilitar más partidas para financiar el trabajo adicional que demandará reparar la vía pues el proyecto se quedará paralizado, como tantos otros, esperando que alguien con un poco de perspicacia advierta que la solución está en destrabar lo que está detenido y poner a andar al país.

Las cláusulas adicionales en sí mismas no son malas ni perniciosas. Puede haber algunas con las que se busque retribuir trabajos que no se han hecho o por los que ya se había pagado lo previsto en el contrato. Pero, en honor a la verdad, son los menos. También puede haber intentos de sorprender a las entidades con valorizaciones inexactas y labores sobrevaluadas. Para evitar esos abusos se requiere precisamente de un supervisor serio que esté al servicio de la obra en forma directa y permanente.

Ese supervisor no puede actuar a través de terceros. Debe ejercer sus funciones por intermedio del personal profesional acreditado para el efecto con el que concursó en el procedimiento de selección que se debió convocar con ese propósito. Si tiene que cambiarlo pues tiene que optar por personas de iguales o superiores calificaciones para no disminuir la calidad de la prestación.

Tampoco puede desempeñar sus quehaceres en forma intermitente, visitando la obra cada cierto tiempo. Tiene que estar ahí. Si se descuida es posible que un mal contratista aproveche su ausencia para disminuir las cantidades de fierro, cemento y concreto que debe poner, para enterrar y tapar una tubería de medidas y características distintas de las exigidas, entre otros abusos.

Si un municipio provincial convoca una licitación para la construcción de un pequeño estadio y con posterioridad se comprueba que la cantidad de salidas es insuficiente para las necesidades del aforo previsto, pues hay que hacer las puertas que faltan. No se puede dejar el local sin ellas porque no podría funcionar y por tanto no cumpliría su cometido. Pues bien, para formalizar ese trabajo adicional tiene que hacerse una adenda y agregarse al contrato. Esa cláusula adicional tiene que precisar los alcances de la obra pendiente, sus costos, plazos y demás detalles. Y tiene que firmarse. Si no se suscribe no se ejecuta y el estadio pasaría a convertirse en un elefante blanco sin posibilidad alguna de ser siquiera inaugurado.

En el diseño de una carretera de escala nacional se decidió rodear a toda una ciudad con el objeto de evitar atravesarla para no interrumpir el movimiento y el tránsito de personas y vehículos durante la construcción, para no poner en riesgo la vida misma de sus habitantes con el futuro paso de unidades a altas velocidades por el medio de sus calles y por último para no partir en dos a un pueblo siempre unido.

En plena ejecución de la obra, sin embargo, se comprobó que circundar la ciudad demandaría costos que podrían ahorrarse y tiempos de viaje que podrían perderse. Meter la vía dentro del pueblo podría traer otros beneficios comerciales, para el intercambio de productos, la venta de productos y la oferta de restaurantes y hospedajes, entre otros, en tanto que los peligros podrían minimizarse mejor en la médula que en la periferia. Convencidos de esta realidad los responsables de la obra acuerdan elaborar un presupuesto deductivo para dejar de hacer la pista por fuera y elaborar un presupuesto adicional para hacer la pista hacia adentro. Las adendas son indispensables.

Hacer las obras adicionales no debe generar ninguna clase de sobrecostos porque en realidad pone los precios en su sitio. Es como la mesa que debe tener cuatro patas y se hace de tres pero también se cobra como si tuviera tres patas. Cuando el propietario le reclama al carpintero, éste le contesta que sólo le ha retribuido y le ha dado madera para tres patas. Si quiere que tenga cuatro patas debe darle más material y pagarle por la cuarta pata. Por consiguiente, al final, el dueño de la mesa ha pagado el costo real de una de cuatro patas. Antes de pagar por la cuarta pata había pagado el costo real de una de tres patas. No hay, por tanto, ningún perjuicio en contra del propietario ni ningún beneficio indebido a favor del carpintero. Se ha ajustado la obra a su requerimiento y se ha pagado por lo que faltaba hacer.

Exactamente lo mismo pasa con las obras de infraestructura cuando se aprueban los adicionales y se suscriben las adendas. Ello, no obstante, desde algunos sectores sin la información adecuada se combate y critica indiscriminadamente a toda clase de adendas y cláusulas adicionales llegándose al extremo de prometer que no se celebrará ninguna más en lo sucesivo.

Esas declaraciones no hacen otra cosa que intimidar aún más a los funcionarios públicos que desde hace tiempo no firman nada ante el convencimiento de que cualquier documento que suscriban les acarreará inevitablemente un proceso de determinación de responsabilidades que tarde o temprano desembocará en un expediente administrativo y en un juicio penal que los mantendrá en vilo durante varios años. Eso debe acabar.

EL EDITOR

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