lunes, 13 de marzo de 2023

Capacidad de gestión y capacidad para incurrir en actos de corrupción

 DE LUNES A LUNES

A propósito de la corrupción en las obras públicas y el lamentable estado de paralización que afecta a una gran parte de ellas, precisamente por el temor de los funcionarios públicos que se abstienen de tomar decisiones vitales para su avance, es preciso recordar que los actos ilícitos se han presentado sustancialmente en los procesos de adjudicación de los contratos. Los postores que han incurrido en estos delitos han entrado en colusión con algunas autoridades para asegurarse el otorgamiento de la buena pro. De ahí a creer que las licitaciones de las obras han sido convocadas únicamente para perpetrar la acción criminal no estando programadas ni consideradas en el respectivo presupuesto hay mucho trecho. Desde hace muchos años es materialmente imposible inventar una obra cuya ejecución no esté prevista para un determinado ejercicio. El cuento de los elefantes blancos que aparecen de la nada ya no puede escenificarse en una realidad como la actual, más aún con una prensa vigilante y con redes sociales muy activas, prestas a descubrir y denunciar cualquier maniobra destinada a burlar la correcta implementación del gasto público.

Por eso sorprende cuando se sostiene que se crean necesidades allí donde no las hay o se imaginan obras que ya se han realizado, que hay que rehabilitar o reparar. Los requerimientos de las distintas entidades del gobierno central y de los gobiernos regionales y locales están perfectamente establecidos en sus presupuestos. No puede haber nada nuevo salvo que surja alguna emergencia.

En primer término, es verdad que la capacidad de gestión es todavía muy pobre y que al final de cada año siempre quedan fondos por invertir lo que es muy lamentable en un país con dinero pero con múltiples carencias y con una brecha social y de infraestructura muy grande que hay que acortar a pasos agigantados. Esta misma constatación, sin embargo, también sirve para poner en evidencia que la corrupción tampoco ha copado a todos los ámbitos de la economía nacional porque si así fuera no dejaría nada en el cajón y agotaría absolutamente todos los proyectos hasta secar por completo la caja fiscal. Quizás la corrupción sigue la misma suerte de la capacidad de gestión y todavía no alcanza a cubrir todos los espacios. En cualquier caso, es bueno saber que no todo el dinero se almacena en las mochilas de los facinerosos y que su logística también tiene sus deficiencias.

El dinero que se almacena en las mochilas de la corrupción es el que los malos contratistas les entregan debajo de la mesa a los malos funcionarios como contrapartida a la adjudicación de determinados contratos. Por eso mismo, hay que destacar que ese dinero es de los mismos contratistas. No son montos que se extraen del erario nacional. Son montos que reducen las utilidades de esos proveedores a cambio de la seguridad de obtener la buena pro. Es cierto que en ocasiones tratan de recuperarlos a través de algunos contubernios con esas mismas autoridades, por ejemplo, fingiendo el alquiler de maquinarias que nunca se han asignado a un trabajo, aduciendo gastos que no se han hecho en materiales, equipos, concreto, pasajes, estadías y pagos diversos a personas naturales y jurídicas y otras modalidades que pretenden engañar a quien debe controlar todas estas actividades. Basta con una adjudicación seria de obras, proyectos, servicios y suministros pero fundamentalmente con una supervisión igualmente seria e independiente para acabar con esta mala práctica.

La supervisión independiente, eficaz y solvente, se ha logrado en varios contratos. En algunos también se ha conseguido una adjudicación seria. En aquellos proyectos en los que la corrupción ha logrado penetrar el sistema de selección de postores, ello no ha sido impedimento para que la supervisión, incorporada con posterioridad al proceso, alcance su objetivo de controlar la cabal ejecución de los contratos.

Es indispensable deslindar los actos de corrupción que puedan haber afectado la adjudicación de aquellos que podrían afectar la ejecución de las obras. El caso de la Carretera Interoceánica es muy ilustrativo a este respecto. Hay quienes dicen que era totalmente innecesaria y solo se hizo para permitir que se consume el delito. No es cierto. La obra estaba prevista. Antes de que se construya, hacer el viaje de Quincemil hasta Puerto Maldonado demandaba una semana. Ahora se hace en 26 horas. El OSITRAN, que es el organismo regulador, reporta que para los cinco tramos del circuito se han invertido a diciembre del 2021 un total de 2 mil 538 millones de dólares, lo que significa alrededor de un millón de dólares por kilómetro pues su longitud es de 2 mil 629 kilómetros, un poco más de la distancia que separa a Tumbes de Tacna. El señalado costo por kilómetro es uno de los más bajos de América Latina para pistas de esas características.

Cuando el extinto alcalde de Lima Luis Bedoya Reyes inició en 1966 la construcción de la vía expresa del Paseo de la República que ahora lleva su nombre, algunos de sus escasos opositores argumentaron que era una pista absurda para el volumen muy pobre de tráfico que tenía la ciudad. Imaginar un zanjón, como el que se hizo, de tres carriles les parecía un gasto absolutamente prescindible. Desde hace muchos años, la misma vía expresa reclama cada vez más carriles y tiene horas punta en los que la congestión torna muy lento el avance de los vehículos. Más rápido que lo que se pensó la vía resultó insuficiente para la demanda que experimenta.

Lo mismo sucede con la carretera Interoceánica pero el fenómeno ha ocurrido todavía más rápido. El afán por conectarse con el Perú profundo en tiempos razonables se expresa en el volumen de tráfico que supera los 40 mil 400 vehículos por día. Naturalmente el tramo de Matarani-Azángaro-Ilo, que se extiende a lo largo de la costa, tiene la mayor demanda, acusando 27,883 vehículos por día para sus 854.7 kilómetros. Le sigue en orden de volumen de tráfico, el tramo de San Juan de Marcona-Urcos con 6,402 vehículos por día para sus 757.6 kilómetros que atraviesan de Nazca hasta Quispicanchi en el Cusco. A continuación viene el tramo de Inambari-Iñapari con 2,981 vehículos por día para sus 410.7 kilómetros. En seguida aparece el tramo Inambari-Azángaro con 2,251 vehículos por día para sus 305.9 kilómetros. Y cierra el cuadro el desvío menos transitado de Urcos-Inambari que sin embargo reporta una cifra nada despreciable de 891 vehículos por día para sus 300 kilómetros.

Es pertinente anotar que el índice de rugosidad de cada uno de estos tramos está en todos los casos en 2.37 y por debajo de esa puntuación lo que revela el muy buen comportamiento de la calidad de rodadura de la pista frente a los surcos o marcas que dejan los agentes que la atacan, las partículas abrasivas y la acción química. Otro tanto se puede decir del índice global de cumplimiento que según el OSITRAN no baja de 96.7 puntos, lo que revela un óptimo proceso constructivo.

Nada de esta información minimiza los delitos perpetrados en la adjudicación de la obra. El peso de la Ley debe caer sobre quienes resulten responsables de tales ilícitos, sin duda alguna. Pero esa realidad tampoco debe hacer creer que todo el monto invertido en la obra forma parte de los costos de la corrupción en el país. Si esta carretera no la hacían quienes la hicieron incurriendo durante el proceso de selección en las acciones criminales que ahora se conocen, la hubieran hecho otros, me refiero a la carretera, quizás a un precio más elevado, quizás al mismo precio. Dudo que por menos. Pero ese no es el punto. Lo importante es que se iba a hacer de todas formas y que el dinero invertido en ella se tenía que gastar de todas maneras.

Ricardo Gandolfo Cortés

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