Algunos precios comprensiblemente se han elevado como consecuencia de la mayor e inusual demanda que han experimentado desde que empezó el confinamiento obligatorio dispuesto para hacer frente a la pandemia desatada por el coronavirus. Desde artículos denominados de primera necesidad, como alimentos y medicinas, hasta aquellos otros que aparecen en el extremo opuesto de las urgencias ciudadanas, como toallas y papel higiénico. Se entendería si la prioridad se orientaría hacia jabones, desinfectantes o lejía, pero no es el caso.
El fenómeno se ha convertido en un tema a desentrañar para la psicología y la sociología. La economía, entretanto, puede explicarlo de una manera mucho más simple. Cuando la demanda de un producto es mayor a la oferta, el precio sube. Cuando, inversamente, la oferta es más grande que la demanda el precio baja. Entonces, si muchos compradores pretenden adquirir el mismo artículo y no hay suficiente oferta, pues el vendedor no sólo eleva el precio sino que adicionalmente engancha el producto a otros para que salga en combo y no solo. Al mismo tiempo limita su adquisición estableciendo que sólo un determinado número de ellos puede ser adquirido por cada cliente, de manera de asegurar una distribución más plural y diversificada, pues más personas comprarán lo que quieren y de paso algunas otras cosas más para que la salida sea más rentable.
En lugar de protestar por el alza lo que corresponde hacer es no comprar lo que está caro y buscar sustitutos hasta que el precio vuelva a su nivel en procura de rescatar al comprador esquivo. En ese afán o por combatir la obvia escasez que ha desatado esta cuarentena mucha gente ha estado haciendo su propio pan hasta el punto de que se agotó la levadura. Como para no creerlo.
Con los servicios delivery pasa algo similar. No está claro si están prohibidos o no pero lo cierto es que han florecido o se han reinventado en los barrios y en pequeñas jurisdicciones a efectos de llevar a las casas las compras o los alimentos ya cocinados, listos para comerlos. Como la propuesta adquirió rápida difusión, se saturó. ¿Qué hicieron? Pues lo obvio, subieron sus tarifas.
Lo peor es querer controlar los precios porque eso genera especulación y acaparamiento de lo que se alimenta el mercado negro que se destapa y pone las cosas en su sitio pero a costa de la economía formal que paga los platos rotos. De nada sirve mantener costos artificialmente bajos cuando no hay productos para comprar y lo que hay se comercializa a escondidas por valores inmensamente superiores.
Aun en situaciones de crisis como la actual lo más aconsejable es comprar lo indispensable y si se desea abastecerse de más, en resguardo de alguna tranquilidad ante el temor de lo que pueda faltar, pues hacerlo con productos alternativos de forma tal que no quede en riesgo la propia despensa pero sin fomentar el alza.
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