DE LUNES A LUNES
El
diario El Comercio publicó el domingo 25 de agosto un artículo sobre siete centros de
salud adjudicados por el gobierno regional de San Martín en el 2013, antes de
que César Villanueva dejara su presidencia, con un sobrecosto –según el autor
de la nota– de 23 millones de soles. Se trata de las obra de mejoramiento y
construcción de siete hospitales en distintas provincias por un monto total de
cerca de 393 millones de soles. El reportaje revela, como si fuera un delito,
que todas las licitaciones fueron adjudicadas con un aumento de entre el 5 y el
7 por ciento del denominado valor referencial.
El
valor referencial, como se sabe, es el precio inicial o presupuesto de partida
que una entidad le asigna a un determinado bien, a un servicio o a una obra que
necesita contratar. En el caso de una edificación como las señaladas, el valor
referencial está incluido en el expediente técnico. Quien lo elabora debe hacer
las indagaciones correspondientes para disponer de los precios de todas las
partidas que conforman el presupuesto de la obra que comprende los gastos
generales y la utilidad.
El
presupuesto de una obra incluye todos los tributos, seguros, transporte, inspecciones,
pruebas, gastos de seguridad y costos laborales. Asimismo debe estar suscrito
por los consultores y por los servidores públicos que participaron en su
elaboración, evaluación y aprobación. Por último, debe estar registrado en el
SEACE.
La
Ley de Contrataciones del Estado advierte que la entidad que convoca un
procedimiento de selección en materia de ejecución y consultoría de obras debe
rechazar las ofertas que se encuentren por debajo del 90 por ciento y por
encima del 110 por ciento del valor referencial, condicionando el tramo entre
el 100 y el 110 por ciento al incremento de la disponibilidad presupuestal. Si
se puede conseguir los fondos para atender ese aumento, se admite la propuesta.
De lo contrario, también se rechaza.
Para
el caso de bienes y servicios la metodología es distinta. La entidad está
facultada –no obligada– a rechazar las ofertas que se presenten por debajo del
valor referencial si determina que existen grandes posibilidades de que los
postores involucrados incumplan sus obligaciones. Previamente les debe
solicitar, por escrito o por medios electrónicos, que desmenucen la composición
de su presupuesto para examinarlo en detalle y asegurarse que pueden desarrollar
cabalmente el contrato. La entidad también puede rechazar las ofertas que
superen el monto del valor referencial siempre que haya agotado, sin éxito, las
gestiones para incrementar la disponibilidad presupuestal. Ese incremento, sin
embargo, no está limitado, tal como tampoco está limitada la disminución, como
lo está en obras.
No
se explica la diferencia entre unos contratos y otros. En ejecución y
consultoría de obras se procura evitar lo que la doctrina conoce como ofertas ruinosas que son aquellas que se
presentan por montos manifiestamente insuficientes para el desarrollo del
objeto de la convocatoria y que, de prosperar, pueden hacer colapsar la
operación de que se trate o llevar a la quiebra a quien contrata en esos
términos. En bienes y servicios no hay ninguna defensa contra ese riesgo pese a
que dentro del rubro de servicios, por esas contradicciones normativas que
nadie comprende, se incluyen los estudios de factibilidad y las supervisiones
de niveles de rendimiento que hacen los consultores quienes, por lo mismo, son
seleccionados, según el tipo de proceso, con rechazo obligatorio y automático,
de un lado, y con rechazo facultativo sujeto a condición, del otro.
Este
último rechazo sujeto a condición me temo que puede convertirse en un saludo a
la bandera porque los postores, como ya lo he advertido anteriormente, se
pondrán como gato panza arriba intentando justificar sus precios si es que la
entidad los pone en la encrucijada de tener que sustentarlos debidamente como
requisito para adjudicarles el contrato. Eso, del lado de los proveedores. Del
lado de los funcionarios, no creo que sea frecuente ubicar a aquellos que
desdeñen una propuesta presentada por un costo notoriamente bajo sólo porque no
se fundamentaron cabalmente sus precios. Lo habitual debe ser que encuentren
aceptables los argumentos del contratista y terminen otorgándole la buena pro,
entre otros motivos, por el temor de que su propio órgano de control les abra
un proceso de determinación de responsabilidades por no preferir una oferta supuestamente
tan ventajosa para el Estado.
La
razón por la que se pueden admitir propuestas con precios por encima del valor
referencial nace en esencia de la necesidad de respetar el principio de la
oferta y la demanda y de la libre competencia. Es verdad que el sistema de
adjudicación pondera con una más alta puntuación, en la parte económica, a los
postores que ofrecen los montos más bajos y que eso influye para que, en obras,
habitualmente todos los proveedores se presenten al noventa por ciento para no
perder puntos en esta evaluación. Sólo aquel que está muy seguro de que podrá
sacar una ventaja considerable en la calificación técnica o que tiene fundadas
esperanzas de que es el único que quedará en competencia o el único que se
presentará al proceso, se arriesga a ofertar una suma mayor.
No
es como le escuché decir hace algunos meses a un periodista mal informado de
una radio muy conocida –de la que ya fue retirado– para quien la mejor prueba
de la concupiscencia es que absolutamente todos los postores entregan ofertas
por el mismo valor situado en el noventa por ciento del presupuesto. Lo que
sucede es que si bajan un centavo, son eliminados por estar fuera de los
límites legalmente aceptados y si suben otro centavo quedan fuera de poste
porque la puntuación los lanza al último lugar en la calificación económica.
También
es verdad que algunos postores pueden confabularse para elevar coordinadamente
sus ofertas lo que los hace incurrir en concertación de precios, una infracción
que la ley sanciona severamente y que está en las vecindades de los delitos
económicos. Esa eventualidad, sin embargo, tampoco evita que puedan surgir
otros proveedores, ajenos al acuerdo ilícito, que se presenten con otros montos
y que se traigan abajo el esquema que puede haberse armado con el objeto de
repartirse determinados contratos entre un grupo previamente organizado muy
frecuentemente con la complicidad de quienes deben decidir ganadores y otorgar
la buena pro.
Para
que funcione el contubernio, empero, debe incluirse precisamente a los
funcionarios que tienen que impedir que surja ese espontáneo que puede arruinar
todo el arreglo. Si el cónclave no comprende a los servidores públicos que
pueden evitar esa contingencia, nada está asegurado. Involucrados en el pacto
ilícito se esmeran por hallar el pelo en la sopa con tal de eliminar a
cualquier advenedizo y dejar en carrera a los proveedores previamente elegidos.
Esa
práctica es la que debe combatirse con todo el peso de la ley. Lo que no debe
hacerse es difundir la idea de que toda propuesta que se presente por encima
del valor referencial anunciado es necesariamente ilegal y pretende arrebatarle
al país un monto mayor que no le corresponde. Es habitual que los presupuestos
con los que se convocan los procesos no reflejen la realidad y que no cubran
todas las contingencias para el desarrollo de las tareas que se requieren. Es
común, por eso, que los contratistas serios se abstengan de intervenir en esa
clase de licitaciones. Quienes participan, en esos procesos con valores
irrisorios, son a menudo aquellos proveedores que están habituados a esta clase
de situaciones y que saben coludirse con las personas indicadas para sobrevivir
en esas condiciones aun a costa de malas prácticas y actos abiertamente
ilícitos.
Sus
economías se insertan en las proximidades de la informalidad y su personal no
está registrado, al menos en su totalidad, en las planillas que la ley exige.
Suelen comprometer en sus fechorías a algunos malos servidores públicos que
deben aprobar sus prestaciones para que sean ellos mismos los que las ejecutan
con lo que se genera la paradoja de que son ellos los que evalúan su propio
trabajo, lo que permite abaratar costos y abrirles las puertas de un ingreso
adicional que no se declara y que por tanto queda libre de impuestos y de
cualquier carga impositiva y que además tiene el aliciente de garantizar el
silencio cómplice que puede conducir a edificaciones mal hechas que se vienen
abajo con cualquier movimiento sísmico o con el simple paso de los años.
Sus
maquinarias, equipos y materiales no son de la calidad que las bases y términos
de referencia obligan sino muy de una muy por debajo de ella. Sin embargo, como
suelen contar con la complicidad soterrada de quienes deben admitirlos, ese
incumplimiento pasa desapercibido. Ocurre exactamente lo mismo con las
cantidades de concreto, fierro y cemento, para mencionar sólo algunos insumos,
que deben colocarse en la obra. Se pone menos de lo que se debe con lo que se
obtiene un resarcimiento que compensa el menor costo ofertado. En ocasiones una
línea de mayólicas que se deja de instalar en las paredes de los baños, cocinas
y lavanderías de un conjunto habitacional nadie nota pero reporta una utilidad
no prevista e indebida que puede fácilmente recuperar la estabilidad de la
oferta.
Eso
no debería alentarse sino perseguirse y proscribirse totalmente. Nadie debería sorprenderse
por los precios que se presentan dentro de los márgenes permitidos por la
normativa, mientras no se compruebe actos dolosos en ese intento. Nadie tampoco
debería escamotear los montos adicionales indispensables para concluir los
trabajos de la mejor manera cuyo reconocimiento solicitan contratistas serios y
responsables, que los hay y en gran número, dispuestos a poner el hombro por el
país y por su desarrollo. Hay que emprender una campaña pedagógica destinada a
informar a la prensa y a través de ella a la ciudadanía sobre las
particularidades de la contratación pública para que no se piense que todo
proveedor es un asaltante que galopa con un pañuelo que le cubre el rostro como
en las series del lejano oeste en busca de darle un zarpazo al erario nacional.
Hay que promover, en suma, una actitud serena y ponderada que, sin descuidar la
lucha permanente contra la corrupción, destrabe la economía nacional y la
enrumbe hacia el futuro.
EL
EDITOR
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