DE LUNES A LUNES
¿Cuál es la razón por la que una empresa nacional se
niega a aceptar una participación en un consorcio que le ofrece otra más grande
de su mismo país y, sin embargo, a una extranjera le acepta menos de ese
porcentaje? O, dicho de otro modo, ¿cuál es la razón por la que una pequeña
empresa no le acepta esa misma participación a otra pequeña empresa que domina
y tiene experiencia en la especialidad que es materia de la convocatoria y, sin
embargo, a una empresa más grande le acepta menos de ese porcentaje?
El fenómeno es el mismo aunque los escenarios no lo
sean. Sucede, por desgracia, a menudo. Y revela parte de la idiosincrasia o de
un estilo de entender el quehacer profesional de aquellos que prefieren
sacrificar sus intereses con tal de que otros, de su propio medio pero más
grandes o más especializados, no incrementen o satisfagan los suyos. O sea,
envidia, celos o recelos, conductas todas ellas que perjudican el desarrollo de
las distintas colectividades.
Quienes evidencian estas taras no advierten que el
consorcio se ha creado para complementar los requerimientos y necesidades de
aquel que sólo no puede alcanzarlos. Si uno le propone presentarse en conjunto
a un proceso a otro es porque a ese le falta lo que éste tiene o lo que a éste
le sobra. Nadie quiere constituir un consorcio si tiene todo y no le falta
nada, salvo que desee contribuir a que el otro adquiera cierta experiencia o
crezca en determinada disciplina, lo que, en el fondo, también demuestra cierto
interés que puede estar alimentado por diversas razones.
Algunos, es verdad, se unen a otros no porque los
necesitan sino para evitar que estos últimos se vayan con aquellos otros que en
realidad podrían convertirse, con ese adicional que les aporta el consorciado
pequeño, en un serio rival para alcanzar la adjudicación. Es decir, por
estrategia. Me uno a éste para no dejarlo suelto en el mercado porque suelto me
representa cierto peligro potencial. No es, desde luego, la mejor forma de
practicar una seria política empresarial pero en ocasiones resulta
indispensable. Ser astuto.
A veces, este aliado obligado por las circunstancias no
aporta lo que debería porque eso que tiene como fortaleza lo tienes tú también.
No te importa. Lo que sólo te importa es que eso que tiene no lo aporte a otro,
aunque a ti tampoco te lo aporte porque tú lo tienes. Es otra forma de
estrategia. Negarle al rival aquello que le puede proporcionar otro.
En cualquiera de esas hipótesis la fijación del
porcentaje se deriva de la oferta y la demanda. Fluye de la negociación. De lo
más o menos seguro que te muestres para convencer a tu futuro consorciado que
contigo obtendrá mejores dividendos que sin ti, yéndose con otro o quedándose
en el aire. Puedes decirle incluso que yéndose con otro que eventualmente le
puede ofrecer una mayor participación no tiene nada asegurado porque, aún en
ese caso, tú siempre tendrás mayores posibilidades de obtener la buena pro.
Puedes decirle y ofrecerle lo que quieras con tal de llegar a un acuerdo. En
buena hora, si lo logras.
¿Qué lo hace ceder con otro por un porcentaje
menor? La respuesta termina siendo obvia. Lo hace ceder la necesidad de no
quedarse afuera. La comprobación de que negoció muy mal contigo porque a ti te
conoce y sabe tus debilidades y pretende explotarlas. Cuando fracasa, se rebela
y se vuelve contra ti. Termina dispuesto a dar todo lo que tiene ya no a favor
de otro sino contra ti. Se obnubila. Y en ese estado es presa fácil de tus
adversarios. Se lo regalaste al rival por no persuadirlo de que mejor está a tu
lado o se regaló solo y más pronto que tarde descubrirá lo que se perdió por no
ir contigo. Hasta que aprenda, como dice la canción, a ver la luz al otro lado
de la luna.
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