domingo, 8 de noviembre de 2015

La severa advertencia del arbitraje norteamericano

DE LUNES A LUNES

Mientras en las Naciones Unidas el Santo Padre en su discurso ante la Asamblea General abogaba no hace mucho a favor del arbitraje y en Ecuador el presidente Rafael Correa anunciaba con satisfacción que el Centro de Arreglo de Disputas Relativas a Inversiones (CIADI), adscrito al Banco Mundial, había aceptado reducir en 770 millones de dólares un pedido para anular un laudo arbitral que le ordenaba pagar mil millones de dólares más a una petrolera norteamericana por el retiro de su concesión, en el influyente diario The New York Times se publicó en los primeros días de noviembre una serie de tres artículos, relatando las desventuras por las que han pasado diversos ciudadanos estadounidenses al encontrarse en la encrucijada de tener que reclamar por múltiples derechos en la vía arbitral.
Hay los casos de clientes de compañías que prestan servicios telefónicos con cobros excesivos e injustificados hasta aquellos otros que se derivan de quienes aseguran haber consumido mucho menos de lo que les cobran los bancos por sus tarjetas de crédito. Pero hay otras situaciones más graves.
La crónica recoge la denuncia de una médico que en Filadelfia fue despedida de su centro de labores aparentemente por discriminación de género. Sigue el caso de una anciana que murió por falta de atención en un hospicio en Pensilvania y a cuyos deudos se los obligó a ir arbitraje. En Alabama otra mujer demandó a una corporación de automóviles por las lesiones que sufrió al fallar los frenos de su coche en un aparatoso choque. En Florida un bebé nació con graves deformaciones y sus padres no pudieron reclamarle al obstetra por negligencia en la Corte, porque esta instancia declinó su competencia al haberse pactado una jurisdicción arbitral. Una empleada de cruceros fue drogada y violada en plena travesía y no pudo reclamar por la negligencia de su empleador en la vía ordinaria.
Si estos casos se hubieran dilucidado en el Poder Judicial los demandantes habrían tenido, en primer término, cuando menos dos instancias para ventilar sus peticiones en la eventualidad de que en la primera de ellas no hubieran tenido éxito. De otro lado, probablemente sus pruebas, testimonios y acusaciones hubieran tenido mejor acogida e incluso no se habrían presentado situaciones de conflicto de intereses que son frecuentes en los arbitrajes, según el reportaje, porque los jueces y jurados han sido reemplazados por árbitros que habitualmente se desempeñan como abogados y que tienen de ordinario entre sus clientes a las mismas empresas que son demandadas o a otras de giro similar o idéntico.
El periódico refiere que en los últimos diez años, miles de compañías en todo el país, desde las grandes corporaciones hasta las tiendas de escaparates, han utilizado el arbitraje para crear un sistema alternativo de justicia cuyas reglas tienden a favorecerlas. El cambio ha sido rápido y para millones de ciudadanos ha pasado desapercibido aun cuando les ha significado perder el derecho fundamental a la tutela jurisdiccional administrada por la Corte. “Esto equivale a la privatización a gran escala de todo el sistema de justicia", dijo Myriam Gil, profesora de derecho en la Benjamin N. Cardozo School of Law, para luego agregar que por esta vía "los estadounidenses están siendo privados de sus derechos." La fórmula es simple: se añaden a los contratos cláusulas de arbitraje que la mayoría de empleados y consumidores ni siquiera leen y con las que después deben resolverse reclamaciones de todo tipo.
El miércoles 4 de noviembre, The New York Times publicó una carta remitida por Teodoro J. St. Antonie, profesor emérito de la Universidad de Michigan Law School y ex presidente de la Academia Americana de Árbitros, quien precisa que el arbitraje, correctamente administrado por una institución arbitral de buena reputación, es menos oneroso, más rápido y por lo menos tan justo y mucho más accesible para el consumidor medio o para el empleado de una compañía, que una acción judicial costosa y complicada.
La denuncia, sin embargo, pone en evidencia una realidad incontrastable: el arbitraje no sustituye a la jurisdicción ordinaria en todos los terrenos. Simplemente la complementa. Y la complementa allí donde ambas partes, perfectamente conscientes de lo que hacen, renuncian a la vía judicial y acuerdan someter cualquier discrepancia futura a la vía arbitral. No se trata de sorprender a la parte más débil para favorecer a la parte más fuerte. Es más, las leyes de arbitraje expresamente facultan pactar esta fórmula de solución de controversias cuando se ventilen problemas de materias de libre disposición vinculadas al comercio y a la inversión pública o privada. Cuestiones de derecho de familia y sucesiones, del derecho penal y otras áreas estrechamente vinculadas con los derechos de cada persona no pueden ventilarse en la vía arbitral por expreso mandato de las leyes.
En los últimos años en los Estados Unidos el arbitraje se ha extendido y ha crecido vertiginosamente –como aquí, pero por otras razones– y ha llegado a algunas situaciones extremas como las que menciona el New York Times, no como consecuencia de ello sino de una pésima práctica confiada a la liberalidad con la que cada parte puede pactar el futuro de sus reclamos, a menudo sin siquiera tomar cabal conocimiento de lo que suscribe, tal como se admite en los propios artículos.
Lo que hay que hacer, al margen de sancionar ejemplarmente los ilícitos, es promulgar una ley muy específica, como la que existe en el Perú y que es una de las mejores del mundo, que consagre la obligación de revelar todos los posibles conflictos de intereses, de declarar bajo juramento el compromiso de conducirse con independencia e imparcialidad y de celebrar convenios muy puntuales sometiendo las disputas a la administración de reconocidas instituciones arbitrales. Si así lo habrían hecho, no tendrían que lamentar los excesos delincuenciales y abusos que el reportaje reseña, que no por ser esporádicos y estadísticamente irrelevantes dejan de ser condenables, y que constituyen, sin duda, una severa advertencia del arbitraje norteamericano para aquellos sistemas en los que se permiten arbitrajes sin ningún control y sin reglamentos específicos que los regulen.
EL EDITOR

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