domingo, 30 de agosto de 2015

No hay que distorsionar el arbitraje

Editorial de El Comercio

El pasado lunes 24 el diario El Comercio se pronunció editorialmente sobre la posibilidad de que los árbitros puedan ser denunciados por prevaricato. Previamente, el sábado 22 Alfredo Bullard también se ocupó del asunto en el mismo periódico y en el diario Gestión se publicó un artículo de nuestro editor el miércoles 26 sobre el mismo tema. Por considerarlo altamente ilustrativo, PROPUESTA reproduce la opinión del diario de La Rifa:
Quedan menos de 30 días para que se venza el plazo que el Congreso otorgó al Ejecutivo para legislar en materia económica y de seguridad. Durante este tiempo, la sensación general es que el Gobierno ha hecho pobre uso de sus atribuciones especiales. En algunos casos, incluso, la premura por emitir los decretos legislativos parece jugar en contra de los mismos objetivos que se desean alcanzar.
Así, hace algunos días el viceministro de Derechos Humanos y Acceso a la Justicia, Ernesto Lechuga Pino, comentó que, con las facultades mencionadas, el Ejecutivo prepara normas para regular el arbitraje. En la propuesta, el Gobierno plantea la modificación del Código Penal para que los árbitros puedan ser incluidos en el delito de prevaricato –que es en el que incurre un juez o fiscal cuando aplica de forma incorrecta la ley–. Con esto se buscaría impedir la manipulación de este mecanismo de resolución de controversias por parte de mafias que aún operan en el país, como lo hacía la de Rodolfo Orellana.
En principio, una norma que castigue a aquellos responsables de un delito de estafa suena razonable, y si Orellana se coludió con ciertos árbitros para cometer actos ilegales, ¿no deberían estos ser sancionados de la misma manera que los jueces corruptos?
Sí y no. Sí deben ser procesados y sancionados los árbitros que cometen un delito en su función –como formar parte de una mafia que usurpa las propiedades de terceros–, y es, de hecho, lo que viene sucediendo con los de la red Orellana. Sin embargo, ello no significa que se deba sujetar a los árbitros –personas que no ejercen ninguna función pública– a los mismos criterios y sanciones que los jueces –quienes tienen un encargo estatal para administrar justicia–.
Los árbitros son nombrados por las partes interesadas y no por el Estado, y por tanto no son funcionarios públicos. Si hubiese irregularidades (como si el laudo dictado por los árbitros fuese ilegal), existen ya mecanismos para que este pueda ser posteriormente anulado en el Poder Judicial. Ello no excluye, además, que si los árbitros incumplieron su obligación frente a las partes, estas puedan demandarlos por los daños ocasionados. Pero la responsabilidad de los árbitros es siempre solo frente a los privados.
Resulta entonces un despropósito querer incorporar el delito de prevaricato a los árbitros en el Código Penal. Las sanciones de 3 a 5 años de cárcel, como pretende el Ejecutivo, solo incrementarán la incertidumbre jurídica y asustarán a los árbitros competentes y honestos, quienes se verían fácilmente presionados o en manos del Poder Judicial ineficiente y corrompido que, justamente, los privados intentaban sortear.
La popularidad del arbitraje nace, en parte, de su celeridad en relación con los procesos judiciales corrientes –un año aproximadamente frente a los cinco del Poder Judicial–, la posibilidad de especialización de quienes resuelven las controversias, y las opciones que tienen las partes de elegir libremente los términos de un proceso comercial o civil que se ajuste a sus necesidades.
El Poder Judicial, por otro lado, es una de las instituciones en las que menos confían los peruanos –aproximadamente, 80% de la población desaprueba su labor–. A la vez, el Foro Económico Mundial la coloca en el puesto 124 entre 144 países evaluados con respecto a su fiabilidad e independencia.
Expertos coinciden en que extender procesos y sanciones reservadas para servidores públicos a agentes privados posiblemente ralentizará el importante avance y los beneficios que el desarrollo del arbitraje ha traído al país. El Centro de Arbitraje de la PUCP calcula que esta modalidad ha venido creciendo a un ritmo de 20% a 30% al año. Por ello, distorsionar el marco jurídico que posibilita el arbitraje –más predecible y especializado– atenta directamente contra las inversiones y el crecimiento económico que el Gobierno quiere promover. El Estado debe castigar a todos los involucrados en las mafias que han copado instancias de resolución de controversias, pero hacerlo a costa de ahogar uno de los pocos mecanismos que han sido útiles para promover la inversión privada solo demuestra la falta de ideas del Ejecutivo.

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