DE LUNES A LUNES
El ex presidente del Tribunal Constitucional, doctor
Ernesto Álvarez Miranda, declaró no hace mucho, a propósito de la demora del
Congreso de la República en designar a los miembros que faltan nombrarse, que
debería permitirse que sea la sociedad civil la que proponga a quienes por su
trayectoria académica y profesional pueden muy rápidamente convocar los
consensos necesarios para lograr el objetivo hasta el momento esquivo, llegando
a dar algunos nombres. Su sucesor, el doctor Óscar Urviola Hani, ha reiterado
la misma invocación al jurar el cargo pidiendo incluso que se traslade a otras
instituciones la facultad de nombrar a los miembros del Tribunal
Constitucional.
El diario El Comercio, por su parte, el viernes 4 de
enero, editorializó sobre el asunto, destacando que seis de los siete miembros
tienen los plazos de sus nombramientos vencidos sin que el Congreso sea capaz
de ponerse de acuerdo para reemplazarlos, puntualizando que la designación de
uno de esos magistrados venció hace tres años y de otro, hace año y medio.
El decano de la prensa nacional, sin embargo, ha
señalado, luego de resumir los planteamientos de los doctores Álvarez y Urviola,
que la mejor solución es más fácil y que no se requiere que alguna institución
encuentre los nombres de los juristas más aptos para “encargarse de ser los
jueces máximos –en tanto que intérpretes supremos de la Ley Fundamental– de nuestro
sistema jurídico.” Para El Comercio esos nombres ya existen y han sido
seleccionados de la forma más independiente y confiable posible por la propia
ciudadanía. Son los árbitros que se designan más a menudo para resolver las
disputas que no se resuelven en el Poder Judicial. Es decir, “los abogados en
cuya honestidad, independencia y pericia profesional las personas y empresas
confían más para entregarles la solución de sus propios asuntos.”
El diario estima que esos nombres pueden consultarse a
los principales centros de arbitraje que operan en el país de manera de que sea
en efecto la sociedad civil la que los elija. Considera que se ganará en
objetividad y en transparencia. Se evitará el sesgo político que por lo general
tienen estas designaciones por el Congreso de la República que es precisamente
lo que impide que los acuerdos se concreten. Concluye indicando que “para
renovar el TC y darnos un pleno de lujo, el Congreso tiene la solución en bandeja,
cortesía de la sociedad. Lo menos que puede hacer es servirse.”
En concreto, se propone escoger a los nuevos
magistrados entre las listas de árbitros más solicitados y en especial entre
aquellos que son designados para presidir los tribunales arbitrales en el
entendido de que éstos son los que convocan los mayores consensos entre ellos
mismos, que los eligen. Como se sabe, cuando se resuelven conflictos en la vía
arbitral habitualmente cada parte nombra a un árbitro y éstos a su turno
seleccionan al presidente de mutuo acuerdo. Si no llegan a ningún acuerdo en
los plazos previstos, la institución arbitral designada hace la elección en
sustitución de los árbitros. Esta misma institución elige al árbitro que alguna
de las partes se ha negado a designar.
Para implementar el planteamiento sólo hay que pedir
la información a los centros de arbitraje y esperar que los elegidos acepten el
encargo. Al margen de que se trata de una solución muy interesante cabe
rescatar que es una propuesta que honra al arbitraje y a los árbitros en circunstancias
en que diversas críticas sólo buscan destacar su lado negativo sin ponderar,
como en este caso, el amplio, seguro y transparente lado positivo que a todos
nos corresponde difundir y defender.
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