lunes, 10 de enero de 2022

Renovación por tercios y reelección política para solucionar la crisis de liderazgo y de representación

 DE LUNES A LUNES

La renovación por tercios del Congreso de la República estuvo prevista en la Constitución de 1933, para la Cámara de Senadores de entonces, pero no se llegó a poner en práctica. Opera en otros países pero no es una suerte de evaluación de cuyo resultado depende que unos parlamentarios sigan en funciones y otros cesen. No. La renovación es total. En términos generales, un tercio se renueva por completo al terminar el primer tercio del mandato legislativo. El segundo tercio se renueva por completo al terminar el segundo tercio del mandato legislativo. Y el tercer tercio se renueva por completo al terminar el tercer tercio del mandato legislativo. Y los nuevos congresistas se quedan todos por el mismo tiempo en sus curules. Los que arrancan el proceso, no. Obviamente. Porque para que camine el sistema es indispensable que un tercio se vaya pronto, otro a medio camino y sólo uno llegue hasta el final. La decisión de quiénes se van primero, quiénes al medio y quiénes se quedan puede determinarse en función de los votos obtenidos por cada agrupación pero guardando la misma proporcionalidad.

El objetivo en todos los casos no es examinar el trabajo de los elegidos. El objetivo es hacer que las transiciones sean progresivas y no abruptas. Por ejemplo, si un gobierno toma el poder con una amplia mayoría en el Congreso y comienza un mandato con algunos errores graves, es muy posible que sus parlamentarios no vuelvan a ser mayoría en el primer tercio que se vuelva a elegir en primer lugar. Según como vaya el régimen se verá cómo sale del segundo tercio y como termina el mandato en el tercero. En cualquier caso, la correlación de fuerzas irá obligando al Ejecutivo a reacomodar sus fichas e introducir los cambios que el gabinete exige para merecer la confianza indispensable del Legislativo para retomar la marcha o iniciar un período presidencial.

Si el gobierno que suceda al que está en el poder es de otra tendencia, esa otra tendencia ya habrá ido conquistando las mayorías en las elecciones previas lo que le permitirá armar sus equipos probablemente sin mayores inconvenientes. Si, por el contrario, la nueva tendencia no ha ido haciendo mayorías y configura un volteretazo inesperado pues el gobierno que así nazca tendrá que transar con el Congreso renovado que lo reciba y conformar un gabinete conversado o de ancha base que le haga viable el ejercicio del poder para evitar nuevas crisis.

Si el objetivo de la renovación por tercios fuese examinar el trabajo de los elegidos se estaría consagrando otra forma de vacar autoridades, uno de las peores reformas que se han incluido en el sistema constitucional peruano. Tan absurda es la posibilidad de despedir autoridades que al día siguiente de que es elegido alguien, absolutamente todos los demás candidatos –salvo aquellos con los que hubiese conformado alguna alianza que al menos subsista– cierran filas, se convierten en sus adversarios y estarán dispuestos a propiciar su caída lo más pronto pues eso elimina a un rival fuerte de la contienda y vuelva a poner en competencia a todos los perdedores por el mismo puesto. La fórmula pone al ganador en la boca del callejón oscuro por donde los demás lo empujan a transitar a empellones sin que nadie se atreva a defenderlo.

Si el electorado hace una mala elección tiene la opción de corregir y no volver a elegir a la misma persona pero después de concluido su período salvo que incurra en muy puntuales causales de remoción. No se puede corregir de inmediato e ir sustituyendo autoridades, presidentes, alcaldes y gobernadores como si se tratase de los capitanes de un equipo de fútbol durante un mismo partido en el que los sucesivos cambios obligan a dejar el brazalete que así los distingue de un compañero a otro. Las malas elecciones hay que sufrirlas, aunque suene condenatorio, para quedar curados y no reincidir en la misma equivocación, algo que todavía es indispensable aprender.

Quizás para minimizar los riesgos hasta las elecciones unipersonales sólo deberían llegar aquellas personas que previamente han pasado con éxito por elecciones pluripersonales y eventualmente hasta han sido reelectas en sus jurisdicciones. Que llegan después de haber hecho el aprendizaje cívico más elemental, de haber ganado una o dos elecciones y de haberse familiarizado con la administración pública y no haber salido magullados. Quizás es pedir demasiado.

En ese escenario de renovación por tercios evidentemente debe permitirse la reelección inmediata e indefinida de las autoridades. Por lo menos de aquellas que integran órganos colegiados, como el Congreso de la República, la Asamblea Regional o el Concejo Municipal. Respecto del presidente, el gobernador y el alcalde, que constituyen en sí mismos órganos unipersonales, en el fondo tampoco debería haber mayor restricción cuando menos para una reelección inmediata como la tradición así lo ha impuesto en los Estados Unidos de Norteamérica. Eso de pensar que si se permite la reelección, el candidato va a aprovechar los recursos públicos a su favor es tan descabellado como creer que no lo haría si el candidato fuese su esposa –como está de moda en diversos países– o un correligionario de su más amplia confianza. Con el avance de la tecnología y con los medios de comunicación al acecho ahora es literalmente imposible que un candidato haga de las suyas sin ser descubierto.

Hay que regresar a ese régimen tradicional en cuya virtud habían parlamentarios históricos elegidos siempre en sus circunscripciones y que respondían leal y honestamente a las demandas de sus conciudadanos. Desde luego que también existían los advenedizos que no hacían un buen papel y que así como llegaban se iban sin pena ni gloria para nunca más volver. Entre unos y otros también habían revelaciones que ponían en evidencia la aparición de nuevas generaciones de políticos con futuro decididos a labrarse el porvenir a punta de seriedad, estudio y dedicación.

Pretender que no haya reelección y que para cada elección los partidos saquen candidatos para todos los distritos, provincias y curules que el país demanda es tarea de titanes. Hay que premiar el esfuerzo y permitir que vuelvan los que deban volver y dejar a la ciudadanía que castigue con su indiferencia a quienes no deben regresar. El país tampoco tiene una inagotable fuente de profesionales altamente especializados con manifiesto interés por servir a la Nación desde la función pública que a juzgar por lo que se ve a diario no sólo no paga bien, en el sentido más auténtico del término, sino que después persigue y hostiliza a quienes se han limitado a hacer un servicio que debía agradecerse y no castigarse, salvo, claro está, que surjan pruebas indubitables de malos manejos y no simples presunciones sobre cuya base se suele traer por los suelos honras y reputaciones bien ganadas que después ya es difícil reconstruir.

Al margen de ello, lo que corresponde es reconocer que la prohibición de la reelección parlamentaria ha sido un grave error que ha ahondado la crisis de liderazgo y representación que aflige al país. Es hora de corregirlo. No hay que perder tiempo.

Ricardo Gandolfo Cortés

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