DE LUNES A LUNES
La semana pasada un conciliador me
informó que en el Perú existen más de mil centros de conciliación y que de
todos ellos, en el mejor de los casos, 60 funcionan correctamente. Tal
afirmación no hace más que confirmar mi impresión de que el sistema en términos
generales no funciona. Es verdad que en la conciliación prejudicial se han
logrado acuerdos importantes en diversas materias. No hay que ignorarlo.
También es verdad, sin embargo, que en muchos casos la exigencia de esta
instancia encarece y dilata cualquier reclamación. Ese es el extremo que trato
de resaltar y que para los efectos de la contratación pública resulta letal –considerando
la virtual imposibilidad de que las entidades celebren alguna transacción–, pues
de lo que se trata, en esta materia, es de resolver los conflictos de la manera
más rápida y eficaz y ese objetivo sólo se logra agilizando procedimientos y no
complicándolos, disminuyendo etapas y no aumentándolas, resguardando siempre el
debido proceso y la seguridad jurídica pero priorizando el interés general que
quiere tener la obra operativa y terminada, el servicio en pleno
funcionamiento, los bienes a tiempo y los proyectos mejor encaminados.
Es por ese motivo que no me cansaré de
destacar como una acierto de la Ley de Contrataciones del Estado haber incorporado
a la conciliación sólo como un mecanismo opcional, obligatorio para aquellos
contratos en los que expresamente se hubiere pactado así y voluntario para los
casos en los que no estuviese pactado y cualquiera de las partes lo estimase
pertinente. Es cierto que en la última reforma de la LCE hubo algún proyecto
que quiso introducir la conciliación como una etapa obligatoria. No menos
cierto es que la lucidez de los congresistas evitó que se consume eso que
hubiese sido un despropósito en el entendido de que las controversias en la
contratación pública se extrajeron del ámbito de la competencia del Poder
Judicial, entre otras razones, para solucionarlas sin mayores formalidades ni
regulaciones, sin mayores instancias ni encajonamientos. A veces parecería que
hay quienes no lo comprenden y pretenden más bien complicar sus fórmulas,
regulándolas en exceso y colocándoles candados, etapas y zancadillas que lo
único que logran es hacer que la nueva vía se parezca cada vez más a la
antigua, a aquella que se quiere evitar.
EL EDITOR
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