DE LUNES A LUNES
La Carretera Interoceánica
es un eje de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional
Sudamericana (IIRSA) que conecta los océanos Pacífico y Atlántico a través del
Perú y de Brasil y que ha reducido significativamente los tiempos de viaje,
facilitado el comercio, impulsado el turismo y generado empleo en las zonas que
atraviesa. En el caso del Perú ha incorporado a su seno a ciudades y pueblos
que estaban aislados al punto que se desarrollaban cultural y
socioeconómicamente más como si fueran parte del Brasil que del Perú. Sus
habitantes en edad escolar asistían a los colegios ubicados cruzando la
frontera y sus compras también las hacían en territorio extranjero.
La vía consta de
cinco tramos: El tramo I va de San Juan de Marcona, en la provincia de Nazca
del departamento de Ica, hasta Urcos, en la provincia de Quispicanchi del
departamento del Cuzco, a lo largo de 757.6 kilómetros. El tramo II va desde
Urcos hasta Inambari, en la provincia de Tambopata del departamento de Madre de
Dios, a lo largo de 300 kilómetros. El tramo III va desde Inambari hasta
Iñapari, ciudad fronteriza ubicada en la provincia de Tahuamanu del mismo
departamento de Madre de Dios, a lo largo de 410.7 kilómetros. El tramo IV es
un ramal que se desprende de la misma Inambari hasta Azángaro en la provincia
del mismo nombre en el departamento de Puno, a lo largo de 305.9 kilómetros. El
tramo V finalmente va de Matarani en la provincia de Islay del departamento de
Arequipa, pasa por Azángaro y termina en Ilo, provincia de Moquegua, a lo largo
de 854.7 kilómetros.
La inversión
realizada al 31 de diciembre de 2021, considerando todos los costos involucrados,
expresada en millones de dólares, asciende a 160.3 en el Tramo I, a 663.8 en el
Tramo II, a 636.1 en el Tramo III, a 822 en el Tramo IV y a 255.8 en el Tramo
V. En el comparativo de costos por inversión realizada exclusivamente para la
construcción, respecto solo de los Tramos II, III y IV, tenemos costos por
kilómetro, igualmente en millones de dólares, de 1.836 para el Tramo II, 1.234
para el Tramo III y 1.566 para el Tramo IV, cifras que están muy por debajo de
los montos por kilómetro de otras importantes carreteras pavimentadas construidas
en sierra y en selva en todo el mundo.
Esta primera
comprobación, con cifras extraídas de los informes de desempeño que el
Organismo Supervisor de la Inversión en Infraestructura de Transporte Público
(OSITRAN) se encuentra en la obligación de elaborar, revela que la Carretera
Interoceánica se construyó a precios muy competitivos y que, cuando menos, en
la ejecución de las obras no ha habido sobrevaloraciones ni pagos por
prestaciones que no se han realizado.
El volumen de
tráfico, medido en función del número de vehículos que transita por estas vías,
de otro lado, es igualmente importante. Siempre con datos del 2021, en el Tramo
I circularon 6,402 vehículos; en el Tramo II, 891; en el Tramo III, 2,981; en
el Tramo IV, 2,251 y en el Tramo V nada menos que 27,883 unidades. Toda la
carretera soporta un volumen de 40,408 vehículos por día, una cifra por encima
de la que soportó en promedio, para el mismo periodo, la Carretera Panamericana
Sur nada menos que para el tramo que va de Lima a Ica, que registró 38,356
vehículos por día.
De manera que la
creencia de que por la Carretera Interoceánica no pasa ningún vehículo o pasan
muy pocos que se confunden con el ganado que se cría en las chacras próximas a
la vía, no es correcta. Es parte de la leyenda que quiere vender la idea de que
la obra se hizo solo para favorecer a algunos operadores que habrían realizado
diversos pagos ilícitos para asegurar las adjudicaciones, delito por el que,
sin ninguna duda, deben ser perseguidos y sancionados con todo el peso de la
ley.
En tercer lugar,
existe el índice de rugosidad que es un parámetro internacional que mide la
suavidad o irregularidad de un pavimento calculado a partir de un modelo de
suspensión vehicular. Se expresa en metros por kilómetro y un valor más bajo
indica un pavimento más liso, siendo fundamental para controlar la calidad de
las carreteras, planificar el mantenimiento y evaluar el confort del usuario,
según la definición más extendida. Mientras más bajo el valor, mejor. El valor
máximo de la rugosidad media deslizante no debe superar en ningún intervalo los
3.50 metros por kilómetro. En el Tramo I el índice de rugosidad es de 2.37; en
el Tramo II, de 2.11; en el Tramo III, de 2.25; en el Tramo IV, de 1.83 y en el
Tramo V, de 2.81. Todos ellos están por debajo del valor máximo permitido y demuestran
un excelente rango de tolerancia que refleja una buena construcción y un buen
mantenimiento.
Finalmente el
índice global de cumplimiento es el reflejo de un conjunto de indicadores y
reportes de desempeño que evalúan y revelan el porcentaje de cumplimiento de
los niveles de servicio previstos en los respectivos contratos. Y éstos son
altamente satisfactorios. En el Tramo I el índice global de cumplimiento es de
96.7%; en el Tramo II, de 97.2%; en el Tramo III, de 97.8%, en el Tramo IV, de
97.6%; y en el Tramo V, de 96.7%.
Otra creencia muy
extendida es que estos índices reflejan más bien una obra de características
absolutamente innecesarias para la zona por la que atraviesa la Carretera
Interoceánica. La verdad, sin embargo, es que el volumen de tráfico que soporta
la convierte en una vía de alto tránsito que debió ser una autopista, por estar
diseñada para un flujo de tránsito
ininterrumpido, sin semáforos, intersecciones ni cruces peatonales. Pese
a su uso intensivo se prefirió una carretera que puede incluir señales de
tráfico, calles transversales y accesos directos a poblados y construcciones
que se ubican a su paso. Queda claro que no se sobredimensionó el diseño para
procurarles más ingresos a los contratistas o para hacer más suculento el supuesto
botín.
Contra lo que
podría imaginarse, el volumen de tránsito previsto para el futuro se alcanzó y
sobrepasó con creces ni bien se inauguró la carretera lo que pone en evidencia
que las estimaciones fueron muy conservadoras y que pudo hacerse una vía más
amplia y de mayor alcance.
Los detractores
de la obra se preguntan, ante la incontrastable realidad de estos hechos, cómo
recuperan los proveedores los montos que habrían pagado subrepticiamente para
que les adjudiquen unos contratos que al parecer los iban a ganar igualmente
sin necesidad de incurrir en esos ilícitos. La ambición por asegurarse la buena
pro los habría impulsado a perpetrar el delito y a sacrificar parte de sus
utilidades futuras, habida cuenta de que en este caso no se recuperaron esos
montos.
En ocasiones
durante el proceso de construcción se puede intentar cobrar por lo que no se
hace o por lo que no se pone. En el pasado era posible asignar menos personal
del ofertado o de menores calificaciones y por tanto menores costos; poner
menos concreto o de menor calidad; menos fierro o de menos pulgadas de diámetro,
lo que es crucial para determinar la resistencia estructural y la capacidad de
carga del proyecto; así como menos equipos o de mayor antigüedad y menor valor.
Bastaba con la complicidad de algunos malos funcionarios que aprobaban esos
manejos a efectos de que se les pague montos indebidos con los que se resarcían
de lo invertido en la adjudicación.
En la actualidad,
empero, eso es cada vez más difícil porque hay supervisiones directas y
permanentes que controlan adecuadamente la correcta ejecución de las obras y
porque las valorizaciones son revisadas en detalle. Lo invertido, por último,
debe corresponder a lo gastado en la obra. No puede haber ningún desbalance. En
el caso de la Carretera Interoceánica, como queda dicho, lo invertido está por
debajo de los promedios internacionales para este tipo de vías. Con los índices
que arroja luego de los estudios se demuestra además que la vía tiene un
comportamiento que revela una construcción eficiente y un buen mantenimiento en
línea con lo señalado en las especificaciones técnicas.
Es una lástima
que una obra tan importante se quiera manchar con los actos de corrupción que
antecedieron a su adjudicación. Se insiste en cuestionar adendas y arbitrajes
como si a través de ellos se hubieran incrementado indebidamente los costos del
proyecto. Nada más absurdo. Las adendas se incorporan a los contratos para
formalizar la ejecución de prestaciones no previstas originalmente pero que
resultan indispensables para culminar la obra. En el ejemplo mencionado, cuando
se requiere más personal, más fierro, más concreto o más equipos y maquinaria
para atender aquello que no estaba considerado en el expediente técnico porque
se precisa reforzar algunos tramos de la vía según se advierte en el proceso
constructivo. O para hacer obras cuya necesidad tampoco se había puesto de
manifiesto durante el diseño y recién se evidencia durante la ejecución. Como
aquellas que se detectan como consecuencia del cambio de la morfología del
terreno, de las modificaciones que experimenta la geografía, el curso de los
ríos y otros fenómenos naturales.
Si un proyecto no
tiene adicionales es porque está sobredimensionado y ha incluido en su
presupuesto personal, equipos y materiales en exceso con lo que termina
costando varias veces más de su real valor. Lo ideal es que un proyecto se
diseñe al más bajo costo, considerando lo que en apariencia requiere, con cargo
a ir ajustando sus valores en función de las necesidades que se presentan
durante la ejecución de la obra, a través de todo aquello que se adiciona al
contrato. Entender que allí donde hay adendas es porque hay corrupción es un
error frecuente en el que incurren quienes no conocen de construcción y que desafortunadamente
condiciona la labor de los funcionarios públicos que no aprueban adicionales y
obligan a los proveedores a reclamarlos a través de arbitrajes.
Lo normal en un
arbitraje, como en cualquier juicio, es que gane quien demanda habida cuenta
que si lo hace es porque tiene algún derecho que se le desconoce. Si pierde es
por algún error en la formalidad o porque quiso inventar lo que no le
correspondía, aunque esto último cada vez es menos habitual considerando que
los avances de la tecnología impiden maniobras de este tipo y considerando
también que nadie se lanza a una aventura, que no cuesta poco, cuando no le
asiste alguna razón. En la Carretera Interoceánica, con adicionales y
arbitrajes, los costos incurridos están por debajo de los indicadores universales
lo que pone en evidencia que las reclamaciones en gran parte de los casos han
sido procedentes y que no había otra opción que atenderlas.
Esta realidad es
común en muchas obras en cuya adjudicación se han perpetrado delitos que al
parecer comprometen a autoridades y proveedores, que la justicia tendrá que
identificar, acusar y condenar, pero cuya ejecución, mayoritariamente a cargo
de los ingenieros peruanos, ha estado ajustada a sus parámetros y necesidades.
Ricardo
Gandolfo Cortés

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