domingo, 15 de diciembre de 2013

Las lecciones del Teatro de la Ópera de Sídney

El Teatro de la Ópera en Sídney, Australia, es considerado como una de las más importantes obras de ingeniería en el mundo. Su costo original fue estimado en 1957 en 7 millones de dólares y la fecha de término prevista inicialmente era el 26 de enero de 1963. Formalmente, sin embargo, los trabajos concluyeron en 1973 y su costo final fue de 102 millones de dólares, es decir, más de 14 veces el monto de su presupuesto de partida. ¿Qué pasó?
En realidad sucedieron muchos acontecimientos que terminaron por empinar la inversión a esos niveles. En primer término, se empezó la construcción antes de tener los diseños acabados. El proyecto, que ganó un concurso entre más de 200 participantes, le pertenecía al arquitecto danés Jorn Utzon y consistía en una serie de capas abovedadas de concreto blancas y enclavijadas, en forma gótica como si se tratase de una catedral.
Diversas modificaciones en la legislación aplicable a las construcciones obligaron, de otro lado, a introducir varios cambios en los diseños que extendieron el plazo de ejecución y elevaron los costos, al punto que se tuvo que incluir un teatro adicional a los tres originalmente concebidos para ajustarse a la nueva regulación.
Durante la primera etapa, la contratista seleccionada Civil & Civic tuvo que construir un podio de 25 metros sobre el nivel del mar y remover con excavadoras más de 30 mil metros cúbicos de roca y tierra. Terminó costando 5.5 millones de dólares, mucho más de lo que se pensó.
En la segunda etapa, a cargo de M.R. Hornibrook (NSW), se construyeron las capas o bóvedas, la estructura del podio y la torre del escenario principal. Se necesitaron 12.5 millones de dólares para concluirla. Los cables que soportaría toda la estructura fueron construidos y reforzados de acero para poder soportar la tensión del peso. Se hicieron varias pruebas hasta que todos quedaran satisfechos para proceder luego a extender la fórmula a otras vigas.
La estructura del techo fue construida en Dinamarca y llevada por partes a Inglaterra para las pruebas. Con las capas había varios problemas pues una sola no era suficiente y cuando se puso otra adicional tampoco dio el resultado esperado. El propio Utzon, que personalmente dirigía la ejecución, debió trabajar con Ove Arup, la empresa de ingeniería civil y construcción metálica más importante y famosa del mundo, entre 1957 y 1963 para producir capas que sean seguras. Buscaron una solución utilizando concreto prefabricado. En total, 2 mil 194 secciones de concreto prefabricado fueron creadas para un techo que pesaba 27 mil 230 toneladas. Las capas fueron atadas con cables de acero. Los pilares, hechos de concreto fueron perforados con taladros y utilizando explosivos.
Tuvieron que emplearse tres grúas embarcadas desde Francia y ubicadas encima de unos rieles que les permitieron hacer los recorridos necesarios. Un camión transportaba las costillas a una grúa auxiliar que las levantaba hacia una mayor, emplazada para poder inclinarse en cualquier dirección para poner las costillas entre una anterior y un arco de acero, templadas con los cables para asegurar el soporte requerido. Los adicionales se sucedieron unos a otros y los plazos debieron extenderse para lograr el objetivo.
En la tercera etapa a cargo del mismo contratista pero sin la dirección de Utzon que renunció en 1965 por las fuertes presiones, que nunca faltan, fueron construidos cuatro arcos, posteriormente elevados al podio por cilindros hidráulicos. La baldosas de las costillas fueron elaboradas sobre la base de unos diseños Chevron y se reforzaron con rejas de aluminio, placas de acero y grietas impermeables. Pese a todas las previsiones, el proceso para colocarlas atrasó la obra porque varias de estas baldosas no encajaron correctamente en los espacios que para ellas se reservaron. 56.5 millones de dólares fueron invertidos en esta fase del proyecto.
Los vidrios fueron fabricados por Boussois Souchon Neuvesel. Debían ser fáciles de cortar para adaptarse a las formas caprichosas de los diseños pero al mismo tiempo tenían que permanecer intactos frente a eventuales fracturas para reducir los riesgos. Cuando finalmente se logró el objetivo los vidrios fueron transportados en grúas especiales de Quick Steel que se desplazaban sobre los andamios y que movían automáticamente las hojas, separándolas unas de otras antes de ser instaladas. Incluso los marcos fueron perforados en la misma obra para encajarlos en las barras de los cristales con taladros especiales construidos por Hawker de Havilland a fin reducir al mínimo el margen de error y evitar que no vayan a encajar como las baldosas. Se empleó en total 6 mil 225 metros cuadrados de vidrio.
Todo ello, sin embargo, extendió los plazos e incrementó considerablemente los costos: 9 millones de dólares en otros contratos para equipamiento, iluminación y otros detalles y 16.5 millones de dólares más en accesos y costos colaterales.  La estructura básica fue terminada, con la empresa Hall, Todd & Littlemore a la cabeza del proyecto. Las fases finales incluyeron el revestimiento del podio, las paredes de cristal y la impermeabilización.
Las puertas del Teatro de la Ópera de Sídney fueron abiertas el 20 de octubre de 1973 por la reina Elizabeth II. Durante la ceremonia de inauguración, se le concedió a Utzon una Medalla de Oro del Instituto Real de Arquitectos de Australia, en reconocimiento a su esfuerzo y a su talento así como para desagraviarlo por las presiones a las que injustamente se lo sometió. Utzon no estuvo presente para recibirla. Pero los premios continuaron. En el 2007 el Teatro fue declarado como Patrimonio Mundial. En el 2003, a los 30 años de su inauguración, Utzon fue condecorado con el Premio de Pritzker de Arquitectura y la primera sección del Teatro fue bautizada en su honor como Utzon Room.
Esa es la historia del Teatro de la Ópera de Sídney y esos los motivos por los que sus costos se empinaron 14 veces por encima de su estimado original, sin responsabilidad ni para el proyectista, ni para el contratista ni para las autoridades. Que sus lecciones sean asimiladas por todos, especialmente por aquellos que, en otros países y con legislaciones similares, creen que detrás de todo incremento hay necesariamente un perjuicio y debe haber un responsable. No es así, en la mayoría de los casos.

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