lunes, 5 de abril de 2021

No hay que estatizar sino privatizar la lucha contra la corrupción

DE LUNES A LUNES

En el curso de la última semana los candidatos a la presidencia de la República se han esforzado por demostrar que cada cual quiere potenciar más y dotar de mayores recursos a la Contraloría General de la República como si esa fuese la única medida destinada a mejorar la lucha contra la corrupción en el país. Desafortunadamente lo que han demostrado enfrascándose en esa absurda pelea es que nada saben sobre el tema y que se dejan llevar por las declaraciones de quienes en efecto están interesados en robustecer una institución que no puede en modo alguno querer controlarlo todo como si éste fuese una dictadura gobernada por un régimen de partido único, con una economía totalmente centralizada bajo la hegemonía del soviet supremo.

Hubo un ex ministro, que debía tener algún conocimiento sobre la materia, que llegó a sostener que había que encargarle a la Contraloría que haga la tarea que hacen mal los supervisores que contratan las entidades en cumplimiento de una ley que debe modificarse radicalmente para permitir que esas labores las desarrolle la CGR. Sin darse cuenta abogaba por la estatización de las actividades de supervisión de obras pretensión que desde luego auspician los sectores más radicales afines a las muy pocas dictaduras que sobreviven en el mundo. A esa estatización seguirá sin duda la estatización de la elaboración de estudios para concluir consagrando la estatización de la ejecución de obras, fuente de la más grande corrupción protagonizada por Odebrecht y las empresas que conformaron el tristemente célebre club de la Construcción.

Hubo un candidato que ofreció premiar precisamente a la más famosa firma brasileña expulsándola del país el mismo 28 de julio y dejándola escapar de los brazos de la justicia sin siquiera culminar las obras que tiene pendientes, que es lo que esa compañía anhela y espera desde hace tiempo y que, hasta donde se tiene entendido, no ha conseguido en ningún país. En todo sitio se le han abierto los procesos judiciales que corresponden y se la ha exigido que termine sus contratos para no dejar las obras a medio hacer y obligar al país a convocar nuevas licitaciones para terminar aquello que está a medias. Esos contratos para concluir lo que otro ha dejado a medio hacer siempre encarecen innecesariamente las obras.

Las obras no tienen por qué pagar las consecuencias de las malas adjudicaciones. Tienen que hacerse y hacerse bien. Felizmente esa gavilla empresarial construye muy bien y los delitos los cometían quienes se ocupaban de asegurar la adjudicación de los trabajos. No tienen, al parecer, mayor vinculación con quienes se encargan de la ejecución de las obras que en todas las partes del mundo en que operan se desarrollan mayormente sin inconvenientes y sin mayores observaciones. Hay que diferenciar entre los gestores de los contratos y los ingenieros constructores. No son lo mismo.

Alguien dijo que allí donde hacen obras se multiplican los adicionales con los que recuperan los altos costos invertidos en comprar conciencias para asegurarse los contratos. Eso no es cierto. Ya se ha explicado hasta el cansancio. No es fácil inventar adicionales allí donde no hay cómo hacerlo. Puede ocurrir, no se descarta. Pero el porcentaje de incidencia es ínfimo. Si quieren recuperar la inversión ilícita, pueden hacerlo si es que tienen la complicidad de muchas personas en el personal asignado, en la maquinaria, los equipos y las pruebas ofrecidas, en el fierro, el concreto, el cemento, el acero y demás material propuesto, bajando cantidades y calidades en todos los casos. Para ello, empero, tienen que comprometer a mucha gente y eso no es fácil, menos ahora que todos los ojos están puestos en estas actividades y que la transparencia impide cualquier maniobra sospechosa.

También han anunciado las cifras que se les han ocurrido como parte del monto que el país ha perdido por culpa de la corrupción. Y en ese bolso han introducido el monto de todos los servicios adicionales aprobados como si éstos no se hubieran hecho o como si no hubieran sido indispensables para la conclusión de las obras. Como en el ejemplo del puente que no está considerado en un expediente técnico y que tiene que hacerse porque se desvía intempestivamente como consecuencia de un desborde imprevisible el caudal del río y cruza la ruta por donde debe pasar la carretera. O se hace la obra adicional del puente y la carretera cumple el objetivo de enlazar a los pueblos que atraviesa o no se hace la obra adicional y la carretera no cumple su objetivo. No hay más.

Aunque no parezca verdad, estas mismas afirmaciones se han escuchado en otras campañas. Quizás no en la forma tan soberbia y altisonante con que se anuncia ahora. Pero igual de estrambótica. Al final quienes llegan a la meta tardan algunos meses en comprender cómo funciona el aparato del Estado y en comprender la lógica de la inversión pública.

La economía por fortuna todavía gobierna las naciones y cualquier advenedizo demora un poco pero al final entra al redil, suscribe su hoja de ruta y se pone en línea con el sistema que es siempre más fuerte que aquellos que lo petardean en las campañas.

Falta, sin embargo, que se diga que la lucha contra la corrupción debe encararse desde sus orígenes impidiendo, en cuanto a las obras públicas, adjudicaciones amañadas y privatizando la selección de los contratistas del Estado para que empresas particulares con experiencia acreditada en las tareas que son materia de la convocatoria elijan a los proveedores a los que cada entidad confiará sus obras, servicios y demás adquisiciones. En ese esfuerzo hay que buscar proyectistas con solvencia, bien remunerados, que elaboren estudios completos que incluyan perforaciones, análisis de suelos y demás exigencias, así como supervisores especializados que se conduzcan como auténticos representantes de la entidad durante la ejecución de la obra velando porque ésta se haga conforme a lo previsto en los planos y demás documentos que forman parte del expediente técnico.

No hay que estatizar, hay que privatizar. Esa es la clave.

EL EDITOR

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