DE LUNES A LUNES
Desde hace muchos
años sostengo que los presupuestos de obra son un conjunto de supuestos previos
y que ellos se van ajustando a lo largo de la construcción en función de una
serie de variables con tendencia a variar más respecto de los costos finales en
determinadas especialidades como carreteras, irrigaciones y túneles en las que
la mayor parte del trabajo se hace sobre la base de cálculos por aproximación y
a variar menos en desarrollo urbano, edificaciones y centrales, en aquellas disciplinas
donde es posible levantar una infraestructura completa sin mayores sorpresas
con estudios que llegan al nivel de detalle más fino, como si se estuviera
armando un rompecabezas, habida cuenta de que está registrada hasta la pieza
más pequeña que integra todo el engranaje.
Cuando me dicen
que el presupuesto de una obra se incrementó varias veces como si eso fuese la
prueba más contundente de que hubo corrupción y malversación de fondos, escucho
habitualmente con cierto escepticismo. No niego que eso pueda ser un indicio y que
haya desde luego malos contratistas que, coludidos con otros pésimos
funcionarios públicos, inventen mayores costos allí donde éstos no son
necesarios. La prueba ácida siempre es un peritaje técnico que revele cuánto
dinero está invertido en la infraestructura de que se trate.
La tasación puede
arrojar un monto notoriamente superior al del presupuesto. Ese puede ser un
primer problema. Sin embargo, si está en obra es mejor que si no está. Me
explico. El peritaje puede concluir en un monto mayor al considerado en el presupuesto
pero menor al realmente gastado. Eso es peor porque obliga a determinar las
razones de la diferencia. Es posible que se haya invertido más en trabajos que no
se advierten a simple vista pero que debían hacerse inevitablemente o que debieron
demolerse por ser provisionales, por deficiencias o por ser innecesarios y eso tampoco
se ve en una revisión posterior.
También es probable
que se hayan inventado ilícitamente obras adicionales que en realidad no se
hicieron y que alguien se haya llevado el dinero que la inspección no detecta
en la construcción. Esa es una primera hipótesis que exige una aclaración, una
investigación y eventualmente una denuncia. Puede aclararse, desde luego, por
ejemplo si se debió agregar uno o varios elementos que el expediente técnico no
había considerado pero que eran indispensables para lograr el objeto del
contrato. Puede investigarse el origen y el destino de esos fondos. Y
naturalmente si se comprueba algún delito, debe denunciarse y sancionarse
ejemplarmente al responsable.
La inspección
también puede determinar que lo que esté puesto en la obra es lo efectivamente
invertido, independientemente de si defiere o no del presupuesto de partida. Si
es un monto mayor al previsto originalmente pues hay que verificar si los
incrementos son razonables y se pueden sustentar. Evidentemente aquí entra un
margen de discrecionalidad que juega a favor del ingeniero que diseña el
proyecto o que supervisa la ejecución de las obras, que toma decisiones en
función de su criterio pero que tampoco puede incorporar medidas totalmente
desproporcionadas para enfrentar o superar los inconvenientes que se le
presentan. Obviamente quien tiene que definir si sus recomendaciones son
procedentes es otro profesional de iguales o superiores calificaciones. No
cualquiera.
EL EDITOR
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